Escucho a lo lejos los murmullos del auditorio y mis vellos se engrifan. Sé que no debería estar tan tensa o ponerme a la defensiva, pero mi cuerpo aún no pierde la costumbre de mantenerse alerta. Pasé demasiados años luchando y saltando cada obstáculo en mi vida. De seguro por eso olvido que hoy debo estar alegre. Estos nervios se deben a esa felicidad desconocida: al regocijo de cumplir tus metas.
Hoy entiendo que cada caída e insulto solo forjaron a la aguerrida mujer que soy ahora. Tengo grabada en mi piel la humillación y el desprecio de quienes me criticaron, ofendieron o ignoraron por desear ser alguien importante en un campo laboral plagado de estereotipos.
“Tu perfil no encaja con esa profesión”
“Con estas calificaciones jamás entrarás a la universidad”
“¿Cómo vas a estudiar eso? Ni siquiera tienes dinero”
“Te tuvieron lástima y por eso quedaste”
“¿A esto le llama informe?”
“Con tu carácter no soportarás el internado”
“Cámbiate de carrera antes de que hagas el ridículo”
Cada vez que ellos me dijeron que no lo lograría, que dejara de perder mi tiempo, más deseaba conseguirlo. Conocía mis limitaciones; sin embargo, aquello no me detuvo.
Casi no tenía tiempo libre. Tal vez estudiar durante el horario de colación en mi antiguo trabajo fue la clave. Fue gracioso ver después los rostros envidiosos de quienes pensaron que desistiría; verdaderamente irónico que ninguno de ellos se titulara antes de mí o conmigo.
No buscaba la gloria y, no obstante, creo que ella me encontró a mí. A diferencia de mis colegas, que compiten por quién tiene más prestigio y dinero, yo entré en esta profesión con un solo propósito: darle alivio a quienes padecen enfermedades neurológicas.
Es probable que nunca cure algo que ni nosotros como seres humanos comprendemos con exactitud. El funcionamiento del sistema nervioso es sumamente complejo. El cerebro es un universo tangible que sigue siendo un misterio. Aun así, creo que todos mis desvelos y terquedad han valido la pena.
Ahora acaban de decir mi nombre y camino con una sonrisa forzada hacia el atril. Me cuesta aquel gesto que para muchos resulta tan natural; también me sudan las manos. ¿Por qué de pronto hace tanto frío? Tengo claro que la crueldad de los cuestionamientos ajenos deja sus secuelas y mi presente eligió el peor momento para acordarse de ellos, ¿verdad?
Cuando cesaron los aplausos, respiré profundo y comencé:
—Hoy estoy aquí para cumplir el sueño de muchos —pronuncié con seguridad, aferrando mis manos al mueble que tenía en frente—. Admito que en ocasiones pensé que no lo conseguiría, que todas aquellas personas que apostaban por mi fracaso tenían razón. Felizmente, no fue así. Ahora, luego de 10 años de investigación, me siento honrada de mostrar ante ustedes el nuevo método para controlar la enfermedad de Parkinson. —Oí explotar de nuevo los aplausos. Esperé unos segundos y proseguí—: Según los estudios realizados, quienes lo usen mejorarán un 85% su calidad de vida. Valoro muchísimo que este mecanismo hoy sea reconocido por la Organización Mundial de la Salud. De todos modos, deseo recalcar que, para mí y mi equipo, el mayor reconocimiento por este arduo trabajo será la sonrisa de agradecimiento de cada paciente que lo use. Ese siempre fue mi mayor anhelo. Muchas gracias.
Autora: Lintu Vaupaden
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