Todo sucedía, extrañamente, dentro de un sueño. Sentía miedo. Una sombra en la penumbra de mi recamara rondaba a los pies de mi cama, como un demonio buscando robar mi alma. La soledad y el abandono se revolvían dentro de mi corazón. No encontré valor en mi ser para estirar el brazo hasta la lampara de mi buró. Pues, sentí unos dedos arácnidos rozar mi piel, en cuanto levanté la cobija para descubrirme, y no me atreví a salir en ese momento.
Me retorcí por un tiempo en medio de un llanto silencioso, hasta que sentí a mi lado, el calor de mi mujer. Sin cuidado de no despertarla, me abracé de su cuerpo. “Te extraño” le dije. Ella abrió sus ojos, acarició mi cabeza, y con su sonrisa, espantó mis miedos. Quedé profundamente dormido de nuevo.
Al rato, me levanté despacio, y recordé mi viudez. El amor que no se marchitó nunca en mi corazón, me hizo golpetear la casa entera con un suspiro.
Fui al baño a orinar. Al salir, me perdí. El pasillo parecía estar en un espiral. Abría las puertas y las cerraba detrás de mí, para darme cuenta de que entraba en las mismas habitaciones una y otra vez. Nuestra casa es pequeña, sin embargo no podía llegar a mi cama. El palpitar de mi corazón se aceleró de nuevo. Parecía que no había salido de la pesadilla. Las manos me temblaban de miedo.
Escuché un murmullo en la sala. Tambaleando, con la palma de mi mano en la pared, perseguí las voces. No recordaba haber sentido tanto terror antes. El sonido de la voz incrementaba. Cuando por fin llegué, me confundí al verme sentado en mi sillón favorito, conversando con personas desconocidas. No lo podía creer, era como una proyección mía. Me preguntaba como es que me salí de mi cuerpo, y como me podía ver desde el pasillo.
Con el mismo sigilo con el que caminé hasta esa sala, que se parecía mucho a la mía, me dispuse a regresar a la oscuridad de mi habitación.
Al final del pasillo por el que regresaba, venia una luz. Me alumbró directamente al cuerpo y vi mis manos, estaban arrugadas y manchadas. Un ángel sostenía el fuerte candil. Tenía la forma de una niña, era una criatura hermosa de piel morena. Le encontré un enorme parecido a mi hija menor. Me tomó de la mano y me jaló despacio, para que la siguiera. Su voz apaciguó mis nervios.
—Buenos días abuelito, vamos a la cocina, papá ya está preparando el café. —dijo el Ángel.