Sin ser religiosa ni una devota creyente la frase hecha “Gracias al cielo por un día más” se había convertido en una cantinela que se repetía cada tarde.
Se había ganado el apelativo de “La pastora de Gatos” porque siempre estaba llamando por su michino al grito de Gato, Gato. Y si no lo encontraba recorría la aldea hasta localizarlo. Cuando esto ocurría por la noche, cosa que solo había acontecido en unas pocas ocasiones; organizaba tal estruendo que los habitantes del lugar se levantaban a la ventana para descubrir por qué se escuchaba tal estrépito.
Con el tiempo aquella actitud tan rara y protectora con sus bichos dejó de llamar la atención de los vecinos. Aún así la juzgaban por majareta, siempre obsesionada con su felino. Si ella se ausentaba un par de horas al pobre animal lo dejaba encerrado. Lo hacía dormir dentro cada noche. Y lo más raro, los días del mes en que coincidía la luna llena no le permitía siquiera pisar el exterior.
Algunos de los habitantes del lugar habían comentado la posibilidad de denunciarla ante el servicio de Seprona de la Guardia Civil. Aquella fijación podría ser constitutiva de maltrato animal.
Los peor pensados hablaban de que se trataba de un caso de zoofilia y que Malvela se había enamorado del gato. A estos se les escapaba una risilla cada vez que la veían al acecho de aquel pequeño mamífero.
Tampoco les pasaba desapercibido que dentro de la finca hubiese otro gato y que este nunca hubiera pisado fuera de su huerta o de su jardín. Muchas veces lo llevaba aupa y la veían continuamente dándole besos y arrumacos.
***
Primero había sido Gato Gris, un gato común europeo, lo iban a matar siendo una criatura de semanas y ella lo pidió para criarlo. Lo trató como si fuera hijo. Era precioso aquel gato, con una cara enorme y una mirada súper dulce. Le había pedido al Herrero que, por favor, que si se lo daba, era para siempre, que no se lo liquidase. Un buen día Gato Gris desapareció. No se supo qué había sido de él. Por aquella época ella todavía no sabía captar los mensajes de las energías, y pese a que cada noche una luz centelleaba alrededor de su cama y en su ventana, no lo relacionó con su michino.
Su segunda mascota fue una gatita multicolor, muy graciosa porque cuando le decía que se durmiera, se echaba y cerraba los ojitos. Un día cuando aún no había cumplido un año también desapareció.
Hubo una gatita blanca, un gatito dorado… pero antes de que pudieran ser adultos, se esfumaron. Eso sí, a la hembra un día acariciándola le había encontrado un balín clavado en el costillar.
Las luces se multiplicaban en su alrededor, pero ella las interpretaba como una ilusión óptica.
La historia continua años después cuando su amigo Manuel le regaló una pareja de gatitos, un siamés y una gata blanca y gris. Eran adorables, la acompañaban a todas partes, a la huerta, al jardín, a caminar… Pero un día la gata faltó. Malvela buscó desesperada de aquel animalito que le había cautivado el corazón pero nunca la pudo encontrar.
Manuel enternecido por el dolor de Malvela la agasajó con otra gata. Muy pronto se quedaría preñada y alumbraría cinco gatitos (Merlina, Merlino, Merlinina, Merlinino y Merluzota). Buscó una familia de acogida para tres de ellos y se quedó los otros dos. Un día el Herrero le comentó lo valiente que era su gato siamés, pues lo había visto pelear con otro gato y que estaba tan emocionado que le había puesto los dos pies encima y que ni así soltó al otro felino. Aquella tarde su gato Gatón, que así se llamaba el siamés, volvió a casa con la cadera rota. Lloró de impotencia. Aquel malnacido Herrero, a quien le llamaban de mote el Matón, porque acababa con los animales a palos y tenía atemorizados a todos los habitantes de la aldea; había reventado a su gato pisándolo.
Una semana más tarde Gatón fue atropellado. Nadie se identificó como el autor del suceso. Lo llevaron a la clínica sin tiempo que perder, pero cuando llegaron el pobre gatito estaba dando sus últimas exhalaciones.
A la mamá gata, Merli que así se llamaba, le afectó mucho la pérdida de su compañero. Cambió completamente de carácter y comenzó a atacar a sus propios hijos. Un día apareció muerta tirada entre dos paredes, no se sabía cómo había sido su fin.
Merlinina unos días después de empezar a salir por la finca comenzó a tener unos comportamientos muy extraños, le costaba comer, en lugar de morder el pienso mordía el comedero, se quedó muda, intentaba maullar pero no se apreciaba el sonido, se volvió torpe, perdió el equilibrio y se caía hacia los lados. Consultado el caso al veterinario dijo que a la gatita le habían dado algún veneno que le había causado un daño neurológico irreparable y que era el causante de sus acciones inconexas.
Malvela se juró a sí misma que iba a velar por la vida de sus gatos. Desde ese momento se convirtió en su sombra. Merlino pronto creció y fue un gato adulto, completamente blanco con la cara moteada como si fuesen rayos de sol. La adoraba, se echaba las siestas en su regazo. Solo lo dejaba salir si estaba ella por casa o por la finca, y para eso si no coincidía con un cambio lunar porque el Matón estaba por esas fechas más arrebatado y peligroso.
Aun así sus pequeños no estaban protegidos, pues por más que lo denunciara no podía probar que fuera el responsable de las desapariciones, los daños y las muertes inexplicables de sus animales. Sin ir más lejos, un día al volver de la huerta observó como Gatonés, nombre que le dio a Merlino cuando se convirtió en adulto, vomitaba sangre. Al llevarlo al veterinario en la radiografía se pudo observar un balín en una costilla y cómo le afectaba también al pulmón.
Desde ese momento dejar salir a su gato fuera era para ella todo un suplicio, porque con cada paseo se abría la posibilidad de no volver a verlo nunca más.
El caso de la gata era diferente, pues, la pobre había quedado tan afectada que no era capaz de trepar para salir de la finca. Se pasaba las horas mirando los pajaritos del voladero o tumbada con el perro.
Cada día, después de salir a juguetear por la aldea y a cazar, tal vez, algún ratón, cuando regresaba Gatonés, Malvela levantaba los brazos en alto y hablaba hacia el cielo con un: “Gracias por un día más”. Mostraba así el agradecimiento de que aquel bichito conservara la vida una nueva jornada. No deseaba que se convirtiese en una nueva luz que alumbrase a su alrededor para manifestar su presencia y su protección.
En su última meditación una de las luces le había comunicado a Malvela que al Herrero le quedaban pocos días de vida, su muerte iba a ser como la que había llevado uno de sus gatos, el que había muerto del modo más cruel. Malvela se quedó acongojada, por un lado sentía lástima por aquel ser diabólico, pero por otro sabía que sus gatos estaban reclamando justicia.
Autora: María José Alvite
Quizás sí, los gatos reclamaban a su modo justicia.
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Qué interesante este relato. Pensaba, sin comparar naturalmente, en El gato de, Edgar Allan Poe. Hace años que lo leí y de pronto me han dado ganas de reeler el cuento. Creo que hay mucha verdad en este relato de María José, hay gente que no le importa hacer daño a los indefensos animales. De alguna forma, como dice el comentario de arriba, los gatos hacen justicia, y a su modo.
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Un relato en el que me identifico bastante en el amor a los mininos, Tengo 10 en casa y los de fuera que siempre me siguen.
Es fundamental amar y cuidar de los animales, aunque la gente no lo quiera ver les debemos mucho en nuestra evolución, ellos ayudaron al hombre en muchas facetas.
El karma funciona, garantizado: Según tratas el gato así puedes acabar tu último acto….
Gracias por tu relato recordando que también son nuestros compañeros los gatos.
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Qué fuerte es tu relato, María José. Cuánta intriga desde el principio con esos pequeños detalles que vas dando: las misteriosas luces, las numerosas desapariciones… Y me alegra conocer el motivo de tanta desgracia y el hecho de que exista una especie de karma (aunque suene mal). Por cierto, me encanta esa fusión de la realidad con lo esotérico.
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Me encantó este relato.
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