Turquesa

Enseguida de mí, guardada dentro de un frasco de cristal, se encuentra un raro material. A simple vista es una piedra, un guijarro del color del fuego. Líneas amarillas, naranjas y rojas. Algo que llegó a mi camino, y que, me recuerda tanto en su aspecto, su textura y su comportamiento, a un material parecido en todo, excepto en su color.

Alla en Meoqui, Chihuahua, México, hace algunos meses, me contó un amigo que es de por ahí, de la ciudad de Delicias para ser más exactos, acerca de un caso muy peculiar. Esto le sucedió a un muchacho de 30 años, Rodolfo.

Dicho joven mandó traer por paquetería, algo, no recuerdo con precisión que era, tal vez cables USB o algo pequeño, pero el caso es que recibió en su puerta, otra cosa.

Dentro de un papel aluminio, venía una masilla color turquesa, su textura era pegajosa, parecida a la de la plastilina, era una bolita del tamaño de una pelota de golf, o un poco mas chica. Su aspecto era al de una piedra preciosa.

Se podía moldear, pero necesitabas aplicarle cierta fuerza. Desprendía un aroma fuerte pero delicioso. Dicho aroma no me lo pudo describir Luis Fer, mi amigo de Delicias. Pero pudo haber sido vainilla, rosas, o algún perfume dulce y confortante.

Rodolfo no hizo el reclamo a la compañía que le envió la masilla turquesa, porque había sido un gasto muy pequeño, además, el aroma tranquilizador de la extraña piedra blanda lo había cautivado.

No tardó en enseñarle el descubrimiento a sus amigos, compañeros de trabajo, vecinos y conocidos. Nadie jamás se puso de acuerdo con la descripción del aroma, lo que sí, es que todos querían una pequeña muestra de la masilla. No había una sola persona en el pueblo de Meoqui, a quien no le gustara el perfume que desprendía.

La primera vez que Rodolfo partió la masilla turquesa en tres partes, una para dársela a un amigo y otra a una compañera del trabajo, sucedió algo extraño. Durante esa noche, la masilla no solo recuperó su tamaño, sino que lo triplicó. Ya era como una pelota de softball.

Rodolfo pensó que compartir la dichosa masilla mágica, le había dado suerte. Así que, durante los siguientes trece días, repartió entre todos los que le pedían, y la bola de color turquesa seguía amaneciendo mas y mas grande. Los rumores dicen que, llegó a estar del tamaño de una camioneta.

No cabía mas felicidad en Rodolfo y en aquellos que tenían un pedazo de la masilla aromatizando sus hogares. Me cuenta Luis Fernando, que visualmente era una piedra hermosa, y nadie se había atrevido a morder dicho material, o que ni siquiera a nadie le había entrado la curiosidad de probar. Fue al día catorce, cuando el afortunado poseedor, enamorado del perfume, del color y la textura, se engolosinó y le clavó los dientes para saborear tan misterioso material.

La gente del pueblo cuenta, que se escuchó un estruendo acompañado por un grito y un zumbido, como si de una colmena gigante pasara volando, dando círculos en el aire desde el caserío hasta los campos de algodón. Que el estallido principal llegó desde la casa de Rodolfo.  

Los vecinos corrieron para socorrerlo, lo vieron revolcándose en el suelo, llorando. Las orejas le sangraban, mientras vomitaba un gel amarillento que olía a plástico quemado.

Mientras daba arqueadas de asco, la masa que brillaba con ese azul verde, en el patio de su casa, comenzó a convertirse en una roca común y corriente, se endureció de a poco y perdió el color, empezando desde donde se situaba la mordida, hasta el otro extremo.

Entre cuatro hombres, llevaron a Rodolfo a su cama, mientras la masilla terminaba de convertirse en la gigantesca roca gris. En la mirada del muchacho, había miedo y tristeza profunda. Estaba callado. Ojos abiertos como si estuviera sonámbulo y teniendo una pesadilla, y un silencio sepulcral.

Un amigo de él, se quedó a hacer vela en la sala.  Cuenta que, alrededor de las tres de la mañana, se dejó vencer por el sueño, pero alrededor de las cuatro, un zumbido, y un resplandor turquesa que salía de debajo de la puerta, de la habitación de Rodolfo lo despertó. Se levantó con miedo y se acercó despacio. Describe el ruido, como las grabaciones que presenta la NASA, explicando que es el sonido de una galaxia. Grave y profundo. Abrió la puerta despacio y, a partir de ese punto, todo se volvió tinieblas en su memoria.

El pobre, es ciego desde esa noche. Rodolfo, extrañamente desapareció junto a la gigantesca masilla y todos los pedazos que fueron repartidos entre las personas de Meoqui. Hubo al menos cincuenta testigos, los cuales, se niegan a dar declaraciones. Solo dicen que, la masilla turquesa salió volando al cielo, dejando en los techos solo una mancha verde que desapareció con el pasar de unas horas.

Dicen que las personas que tuvieron un pedazo de la masilla, dejaron de sonreír durante semanas. Que se hicieron lúgubres y reservados. Como si les hubieran chupado la felicidad por un tiempo.

El aroma de la masilla color fuego que esta junto a mí, presenta las mismas propiedades. Un aroma frutal que me da una felicidad enorme y me hace incluso, salivar. Una tentación que llegó por paquetería, con el único propósito de robar felicidad. ¿Sera algún artefacto de una guerra biológica? ¿O es la carnada enviada por un ser extraterrestre, que vive de los sentimientos humanos? ¿Es acaso, la segunda parte de un ataque planeado?

De alguna forma, siento que dicho material, esta terminando con mi cordura, y he decidido escribir para documentar lo mas posible, antes de perder por completo, la sensatez.

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