RESEÑA DE EL CASTILLO DE SAN SEVERINO



Título: El castillo de San Severino

Autor: Martín Iguarán

Año de edición: 2021

Editorial: Ediciones Passer

N° de páginas: 264

SINOPSIS

El fallecimiento de un pariente desconocido lleva a Fran, un abogado de Buenos Aires, a desplazarse a la localidad de San Severino, un pueblo «perdido de la mano de Dios», para hacer recuento del legado recibido.

La llegada a la localidad ya le hará sospechar que el fallecido no tenía buena relación con los demás vecinos y que todo lo relacionado con aquel genera hostilidad y suspicacia entre la población, provocando que Fran se encuentre ante un muro de silencio para todas las preguntas que le surgen.

El objeto principal del legado es la gran casa familiar de los Aliaga, el símbolo de una época y de una dinastía, pero también, un lugar sombrío y húmedo, invadido por el musgo, donde no cantan los pájaros, repleto de secretos de familia, que se irán descubriendo cada vez más crueles y trágicos.

El pragmatismo del abogado se romperá pronto a medida que vaya descubriendo que este pariente lejano es solo un pequeño eslabón de una gruesa cadena que se remonta a más de un siglo, en el que se han sucedido varias generaciones con secretos y miserias que han llevado a convertir la mansión familiar en el lugar maldito y odiado por toda una región.

Se encuentra con un misterio que se alarga sobre la ascendencia de ese pariente del que nadie se atreve a hablar. Ahora, la misión de Fran será descubrir por qué.

El castillo de San Severino se revela como un lugar tenebroso y solitario que parece ocultar misterios no solo paranormales, sino también de la física como son la perspectiva del tiempo y el espacio.

Todo ello llevará a los escépticos Fran y su pareja, Marisa, a iniciar una investigación sobre sucesos paranormales.

CÓMO ES LA OBRA

La particularidad de un thriller psicológico como El castillo de San Severino es que el reparto de personajes es muy reducido porque son muy pocos los que pueden sufrir el terror provocado por unas circunstancias o personas. Sin embargo, en esta historia, hay una población entera que comparte ese miedo a algo que no es tan desconocido como pretenden dar a entender.

A pesar de ello, hay un número de personas fundamentales en esta historia.

Por supuesto, el protagonista es Fran, el pragmático abogado de una gran ciudad, que se encuentra, de repente, con la noticia de que tiene un lejano pariente, del que nunca había oído hablar, y por el que debe desplazarse a una aldea perdida para hacer inventario del legado dejado tras el fallecimiento de este.

Marisa, la pareja de Fran, artista y aún más agnóstica que el protagonista, será la acompañante de aquel en esta escapada de fin de semana; lo que removerá el concepto que tenía hasta ahora de la vida y que la convertirá en una mujer diferente.

La madre de Fran, tiene un papel episódico, vía telefónica, pero fundamental para la trama, porque ella es la que tiene esa relación de parentesco lejana con el difunto, del que se supone que es la única heredera y la razón por la que Fran inicia ese siniestro viaje.

La señora Torres es la mujer que se ocupa de la limpieza de la casa del fallecido. La que establece contacto con la familia cuando lo encuentra muerto; una de los pocos que aportan respuestas a Fran y su pareja, pero manteniendo las distancias ante el atmósfera misteriosa y maligna de todo lo que rodea al apellido Aliaga.

Alberto Aliaga Morejón es el pariente finado. Su apellido aristocrático ya hace sospechar el origen y estilo de vida que pudo tener, aunque su alejamiento con el resto de la sociedad, más que por excentricidad, puede deberse a razones enigmáticas e inconfesables.

Se pueden enumerar otros personajes que son parte del engranaje que conforma esta novela de suspenso y terror, pero todo depende de si ya queremos creer en el más allá o no.

El castillo de San Severino está escrito en primera persona y en presente, y contiene una narración elegante, pulcra y exquisita desde la primera página, en la que el autor se preocupa por mantener una riqueza léxica en la novela.

El lenguaje utilizado es sencillo, pero rico. Hace descripciones completas sin necesidad de extenderse. Economiza en el uso de las palabras de manera que no dice más que lo imprescindible.

Además, da mucha importancia a las descripciones, sobre todo, de escenarios o geográficas, dando multitud de detalles paisajísticos. Gracias a ello, Iguarán ha sabido crear un ambiente frío, oscuro, aislado y temido por todos, menos por los despistados forasteros.

Por otro lado, está la particularidad de que los verbos que están en segunda persona del presente y los imperativos que hacen uso del voseo están escritos en cursiva, al igual que algunas frases completas.

En esta novela, Martín Iguarán demuestra un vasto conocimiento de temas legales o mucho asesoramiento sobre los conceptos y actuaciones legales, lo que denota un extenso trabajo de documentación.

Tampoco ha dudado en presentar un gran número de notas a pie de página y algunas ilustraciones que juegan un papel importante adelantando algunas pistas.

Además, como buena obra de suspenso, la tensión va en aumento a medida que avanzan los capítulos, adelantándose, en ocasiones, a los acontecimientos como técnica para atrapar la atención del lector.

También, existen momentos muy surrealistas en los que se cruzan los tiempos dando lugar a escenas en los que concurren el tiempo actual y el de hace cuarenta años.

MOMENTOS A DESTACAR

Observé las lengüetas que lamían el tronco, lo envolvían, lo consumían. Las llamas parecían líquido dorado. Los troncos crepitaban y crujían. Tomé un atizador colgado junto al hogar y removí las brasas. El fuego recobró intensidad y proyectó sobre mi rostro una aureola de luces y sombras.

Las descripciones son tan completas y visuales que en esta escena hasta se puede vislumbrar el color de las llamas.

Ejecuté la hazaña más heroica a mi alcance: toqué a fondo la bocina. El atronador sonido pareció confundir a los perros, y cuando arranqué fuerte, el empellón del auto terminó de convencerlos de huir. Se perdieron entre la espesura de los pastos, y no los vimos más.

Ha buscado una nueva imagen para retratar un pueblo semi-abandonado, apartándose de la tópica imagen de casas en ruinas y calles desoladas. De esta manera, también crea un ambiente hostil que aumenta la atención del lector.

Alcé la mirada hacia el Castillo y me detuve en la torre sudoeste. Había una figura de pie, detrás de la ventana. Era una mujer. Una chica, con un collar alrededor del cuello. Me miraba, y a pesar de la distancia, transmitía una sensación de congoja ilimitada. Contenía en su cuerpo la angustia del mundo entero, y tal sensación de desesperación se transfirió a mí, como un virus.

El suspenso va transmutando en terror

Transmitía una sensación de desamparo que era descorazonadora. Inducía a pensar en los niños abandonados, en las mujeres violadas, en las víctimas de las guerras, en toda la miseria y tristeza de la raza humana, comprimida en un único punto sometido a una increíble presión.

Es el punto álgido del terror: todo lo enumerado aquí en una mirada, en la de alguien cuya mente se encuentra muy lejos de ahí o, tal vez, poseída.

LO QUE ME HA PARECIDO

Llama la atención que la novela esté escrita en primera persona y en tiempo presente; algo arriesgado porque puede quitar interés en el lector, por lo que solo un escritor experimentado puede hacer este tipo de narración. Y en esta novela, Iguarán ha superado el reto con creces.

Además, ha sabido crear un ambiente angustioso, asfixiante. Estos momentos los alarga al máximo hasta el punto de que uno llega a preguntarse a dónde quiere ir a parar y si es el preludio de algo más terrorífico, haciendo que el lector no pueda apartar la atención sobre el libro.

Las descripciones que hace Iguarán de los escenarios también ayudan mucho a crear suspenso. Un ejemplo es el de la llegada de Fran y Marisa a San Severino con la exposición de edificios antiguos que, en su época, fueron señoriales, pero que ahora muestran solo decrepitud. Con estos relatos, uno se adelanta a la trama y quiere saber ya qué es lo que pasó para llegar a ese final.

Por otro lado, la ralentización que hace del momento, manifestando todos los detalles sensoriales que experimenta el protagonista es una técnica de suspenso magnífica para generar más tensión a la escena y crear angustia al lector.

Aparte de esto, construye muy bien las frases para manifestar las emociones y para provocar tensión y ansiedad con sus frases cortas y rápidas.

Es así como Iguarán llega a revelarnos una casa que nos recuerda a la Winchester. Inabarcable, como una emboscada contra los intrusos y que posee vida propia

En ella, su estancia empieza con un desaliento o angustia que va evolucionando hacia el terror porque, por su forma de narrarlos, Martín Iguarán convierte momentos que, aunque son cotidianos en circunstancias normales, pueden provocar escalofríos en situaciones de tensión.

El autor ha sabido demostrarnos que la opresión no solo está en una habitación cerrada, también se encuentra al aire libre, como en un lugar donde no hay cobertura móvil o internet, o donde las comunicaciones con la civilización parecen una tecnología privilegiada.

No faltan sobresaltos esporádicos con alguna aparición extraña y perturbadora. Iguarán juega con el lector y nos lleva a momentos, incluso, de profunda angustia que luego descubrimos que son sin fundamento. Atrapa nuestra atención, nos lleva a donde quiere, que es el miedo, y después, nos abandona en un estado de confusión inexplicable.

El miedo va creciendo a medida que descubrimos que la causa no proviene de supersticiones, sino de algo real y superior al ser humano, una especie de alteración o anomalía de las reglas de la física.

Al final, esta evolución del miedo se transforma en terror gótico. El terror alcanza cada vez más acción en lo que parece ser una competición entre los mortales y lo paranormal.

Con todo esto, el carácter y estado de ánimo de los protagonistas también muestran su evolución, como es el caso de Marisa. A lo largo de la novela, Iguarán nos presenta a una joven Marisa a la que el pueblo de San Severino va cambiando su carácter de alegre y extrovertido a apesadumbrado.

Falta decir que en esta novela hay toda una lección de Historia de una incipiente Argentina independiente, aunque también se centra en la época del Proceso y sus desapariciones. Y, además, se denuncia la situación de la violencia machista en Argentina, aparte de criticar de forma sarcástica el funcionamiento de la justicia en Buenos Aires.

En definitiva, con El castillo de San Severino, Martín Iguarán ha construido una novela de terror de lo más completa donde se disfruta de la Historia, la crítica social y, sobre todo, del terror.


Olga Lafuente.

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