Por la ventana

Esta soledad me consume. Parece que la oscuridad quiera absorberme, siendo tan solo medio día. Y todo es por ella siempre por ella. Es el centro de mi pequeño universo. Me enamoré como un tonto aquel día de septiembre cuando la vi entrar en clase con su mono vaquero y aquella coleta despeluchada. Me encantó su frescura, sus gestos, y caí rendido a sus pies cuando se dirigió a mí con cariño para compartir el almuerzo. Hasta ese momento, nadie lo había hecho: era el raro de la clase, el gafotas empollón.

Han pasado doce años desde que Beatriz y yo compartimos aquellas empanadillas. Soy su mejor amigo, nada más. De hecho, ella no piensa en mí fuera de la amistad, y yo como un tonto sigo sus pasos cada día. Me abraza y me consumo. Escucho cómo se enamora y se desenamora de otros mientras yo tengo el honor de ser su amigo más fiel.

Me abraza y
me consumo.

Imagen de StockSnap en Pixabay 

Su petición me tiene desvelado y muy preocupado. Esta noche quiero creer que me acompaña aquí, en mi cama, que mis brazos la rodean para darle la calma que ella tanto ansía.

Desde que Laura, su madre, se suicidó, Beatriz no ha sido la misma. Ahora está empeñada en saber lo que ocurrió aquella tarde. Y, como no podía ser de otra manera, aquí estoy yo, haciendo lo que sea por ella. He tenido que trepar cual mono por la celosía lateral.

― ¡Joder! ―Me he raspado entero. Bravo, Martín, ¡eres un crack!

He entrado por la ventana que da al inmenso comedor. Me sobrecoge su soledad, el frío de lo que fue un hogar ahora se masca, lo que me lleva a pensar inevitablemente en todas las tardes que pasamos aquí estudiando, comiendo pizza y tomando ron a escondidas. También en el día en que me presentó a sus padres. Nunca olvidaré los nervios que pasaba cada vez que a ellos y a mí, nos presentaba a un nuevo pretendiente. Menos mal que ningún novio pasó a ser algo más, por lo que sigue siendo mía, aunque sea tan solo en mi corazón.

Ella ha cambiado, la casa está muerta y estos muebles que tanta vida albergaron parecen ahora fantasmas tapados con sábanas.

Pero no acaba aquí la peripecia. Todavía tengo que atravesar media mansión. Y todo porque, antes de la tragedia, Beatriz, desde el umbral de la puerta de este comedor, escuchó a su madre decir:

―Estoy harta de que no me hagas caso, Roberto. ―Y con cara de enfado se reclinó en el gran sofá que estaba en el centro.

Roberto, que era el marido de Laura, un afamado arquitecto de Londres, contestó:

―Laura, cariño, en la biblioteca del ático no hay nada. Ya lo he revisado. ―Luego dio un sorbo a un whisky añejo mientras le acariciaba el pelo y la miraba preocupado.

―Te repito que he escuchado claramente cómo alguien hablaba. ¡No estoy loca! ―gritando, le replicó.

―Cariño, Beatriz se va a asustar si te escucha, y créeme cuando te digo que Martín y yo hemos revisado cada rincón de la casa varias veces. Te puedo asegurar que ni en la biblioteca ni en ningún otro sitio se esconde alguien ―con voz calmada y confiado, le contestó en un intento de sosegar a su mujer.

Imagen de Peter H en Pixabay 

Días después, según me contó Beatriz, su madre se precipitó por la ventana de la biblioteca. Nadie sabe lo que pasó, pues ella amaba la vida, a su marido y a su hija, su verdadero ser. Pensaban que jamás hubiera atentado contra sí misma, lo que hizo que Roberto se volviera loco, rompiéndose de dolor, y cerrara la casa para quemarla, venderla o lo que fuera. El sufrimiento por la pérdida y la incertidumbre no lo dejaban vivir. Incluso dejó el trabajo. Ahora, Roberto y Beatriz viven en un ático del centro. Pero mi niña quiere saber la verdad. No atiende a razones ni a psicólogos. Sigue con la idea de la voz que su madre escuchó aquí arriba, justo donde estoy yo, su amigo enamorado, en silencio, en esta maldita estancia rodeada de libros polvorientos que me miran.

Entonces, una voz me llama por mi nombre.

―Papá, yo lo amaba ―le confiesa Beatriz a su padre después de que yo también saltara por la ventana de la biblioteca.

Al menos ha venido a mi entierro…

Imagen de Stefan Keller en Pixabay 

Autora: Rebeca Aracil Illan

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11 Comentarios

    1. Wulfric ,¡gracias por tu comentario! El narrador siempre es Martín en presente y pasado. La clave está al final en esa elipsis, cambiando el escenario, para como tú bien dices no dárselo todo echo al lector. ¿Segunda parte? Lo escribí hace 9 años o más, como otros que están guardados. Pero puede ser que sí, en mi imaginación ya está echo. En cuanto tenga tiempo lo pongo, eso sí el lector va a tener que seguir haciendo su parte…¡Gracias! 🙂

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  1. Pero bueno, pero bueno, ¡vaya sorpresa me he llevado! Primero por leer un relato tuyo, saliste maravillosamente bien de tu zona de confort, querida mía, este submarino tiene algo contagioso ¡te estás volviendo gótica! jajaja, que bueno. Me encantó.

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    1. ¡Pero bueno María José! ¿Tú no sabías que yo escribo de todo?¡Ay! Jajaja. Es cierto que aquí solo he publicado poemas, y con este, dos relatos, pero éste tiene creo nueve o diez años. Y te sorprendería saber que tengo hasta de dinosaurios, pasando por ciencia ficción, y ¿de misterio? Ni te cuento. De echo lo publiqué porque Submarino se ha contagiado para mi placer, de poesía. Tú sabes que después de la poesía, el género negro, de misterio, hecho reales etc. son los que más me gustan. Pero la poesía es mi hogar, donde encuentro refugio, donde las letras bailan para mí, donde el tiempo me captura, y nada es lo que parece, puedo volar, ya no hay dolor, tan solo versos que son inquilinos de mi vida. Como decía el gran Lorca: la poesía no quiere adeptos, quiere amantes, y yo soy una amante de la poesía. Pero, puedo coquetear con otros géneros sabiendo que estos relatos son bien recibidos, pues los iré sacando. Tengo como cien micros, y ahora me acuerdo de uno que va de un hombre que va conduciendo, si lo encuentro rápido lo pongo esta tarde. ¡Madre mía! Esto no es una respuesta, es un testamento. Jajaja, como diría la jefa, perdoncito. 😉

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  2. Excelente obra, lo das todo para que el lector construya el deseo de saber más. Cautivas, atrapas, el ritmo y los tiempos del relato nos toman de la mano. Tus personajes dicen más con lo que hacen que con lo que puedas decir de ellos. Un gusto enorme leerte y escucharte siempre. Abrazo literario.

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