Perseguir los sueños, eso es lo que se les dice a los más jóvenes en la
aldea Sutolii. Crecen con la previsualización de un oficio, un trabajo que les
llene la barriga, una manera de vivir que les llene el corazón. Hombres y
mujeres por igual. Totuno, el jefe de nuestra gran sociedad cuenta que, desde
centenas de años, se le ha otorgado la libertad de elegir a cada joven, su
vocación.
Se les enseña a todos por igual, la forma en la que funciona la sociedad. La
manera en la que se reparte la comida, los rezos a los tres dioses principales,
los roles de los sacerdotes, el manejo del lenguaje de aquí y el de las aldeas
aledañas. Se les habla de los peligros de la noche, los cuales son más
terroríficos que los del día.
Durante diez lunas, aprenden un de todo un poco, para que sean
autosuficientes en caso de que se pierdan, y tengan que enfrentarse a la
soledad, la oscuridad y las amenazas que existen fuera de los límites de nuestras
tierras. Después, se hace una ceremonia, en donde se separan los jóvenes que
van a aprender de cacería, de pesca, de recolección, de cocina, de carpintería
y construcción, de alfarería, de artes textiles, etc. En raras ocasiones, sale
entre los nuevos adultos, un sacerdote o sacerdotisa.
Sahhi era un caso todavía más extraño, pues a pesar de ser bueno en todos
los oficios, no sentía una vocación por ninguno. El chico era un soñador;
dedicaba sus ratos de ocio a meditar, sus pensamientos acompañaban el volar de
una abeja, se extendían en el largo serpenteo de una fila de hormigas,
caminando a su hormiguero, o se hundían en el profundo palpitar de su propio
corazón.
El jefe Totuno, con toda la calma de un sabio, lo mandó a estudiar de nuevo,
durante una luna extra (la onceava) con el sacerdote del templo de la tierra.
Un dios sin sexo, uno que es hombre y mujer al mismo tiempo, que da y reclama
vida por igual. Kymmue, le enseñó los rezos, lo hizo dormir dentro de la
tierra, probar su sabor, su olor. Lo hizo ver la sabiduría y lo importante de
su ser.
La siguiente luna, Totuno lo hizo ir con Lina, la sacerdotisa del templo del
sol. El dios grande y poderoso, el que cuida y abraza, el padre de todo lo que
existe sobre la tierra. Ella también le enseñó los rezos a Sahhi, le mostró el
camino que recorría a lo largo de trece lunas, para volver a empezar, en un círculo
sin inicio y sin final. Le mostró como puede quitar el frio por las mañanas, y
como puede quemar la piel si abusas de él.
La última luna del año, la treceava, lo enviaron al templo de la diosa luna,
el más pequeño de los tres. Ahí, la sacerdotisa Khyhhini, apenas una década
mayor que él, le enseñó la interpretación de los sueños, los terrores de la
oscuridad, las sensaciones de miedo y amor que se pueden sentir en la soledad,
mientras cierras los ojos y escuchas la noche. Sahhi aprendió a vivir experiencias
con los ojos cerrados, a desprender su alma de su cuerpo y convertirse en
viento. Desarrolló un sentido que ninguno de los aldeanos, aparte de Khyhhini
tenían. Por fin, encontró su vocación. Totuno, quien había pasado los últimos
tres meses, preocupado, dio un profundo respiro de alivio.
Los años pasaron, la sabiduría de Sahhi igualaba casi, a la de Khyhhini. Una
noche, mientras consultaba la luna en la sala de los siete espejos, vio pasar
frente a uno de los reflejos, una sombra. Una pesadilla viviente. Una amenaza
que acechaba la aldea.
Corrió a donde su compañera sacerdotisa escribía unas memorias, al mismo
tiempo que, escuchaba con atención el silencio de los aldeanos y los ruidos de
las criaturas nocturnas.
—Algo me dicen las aves —dijo con los ojos muy abiertos, ya estaba al tanto
del peligro.
—Vi una sombra, era un hombre gigante y delgado, más oscuro que la misma
noche —le dijo, persuadiendo una explicación, con relación a lo recién visto.
—¿Dónde la viste exactamente? —se notaba asustada.
—En el cuarto espejo, el turquesa.
—¿Estás seguro?
—Totalmente.
—Ve y despierta a Totuno, adviértele. Que mande a los cazadores a patrullar,
luego, te regresas a meditar conmigo en la mesa de piedra lunar, la diosa nos
dirá que fue lo que vimos y que hacer para defendernos.
Sahhi salió corriendo hasta donde dormía el jefe mayor. Con la serenidad que
le caracterizaba, Totuno caminó y avisó al jefe de los cazadores.
—Ya está hecho —le dijo a Sahhi cuando regresó al templo.
—Bien, dame las manos y cierra los ojos, nos recostaremos en la piedra
lunar, sobre los dibujos.
Kyhhini había hecho unas líneas y unos círculos en el suelo, con sal,
hierbas y otros minerales que Sahhi no alcanzó a distinguir.
Él, nunca había practicado esa técnica de meditación, pero la conocía del
notario. El ritual comenzó y al poco tiempo tuvo una visión.
La sombra del gigante estaba escondida entre la selva que rodeaba la aldea;
cada vez era más grande. Un monstruo que caminaba y destruía todo a su paso.
En la ilusión, creció tanto como la altura de veinte árboles, con las garras
de sus manos, abrió el centro de la aldea y escarbó un hoyo profundo, sin
final, en donde se metió, llevándose con él a cada uno de los aldeanos y a los
tres dioses de los templos.
En la mañana siguiente, Sahhi y Kyhhini le contaron a Totuno, a Kymmue y a
Lina. La sugerencia de los sacerdotes de la luna era dejar la aldea y construir
otra, lejos de ahí. Pero los otros tres pensaron que no era necesario, que el
mal que los estaba achechando, podía ser vencido. El jefe mandó a patrullar
cazadores a los alrededores día y noche.
Doce lunas después, la premonición de Sahhi y Khyhhini ya había sido
olvidada. El patrullaje fue desbandado, y la aldea regresó a la normalidad. Sin
embargo, los sacerdotes no se dieron por vencidos, pidieron a los aldeanos que
abandonaran el lugar, pero igual que antes, desistieron de la idea de una
catástrofe.
Una noche, sin avisar, los dos decidieron huir de Sutolii. Lloraban lagrimas
silenciosas, mientras caminaban entre la selva. Había una tormenta, los ruidos
eran estruendosos y los rayos golpeaban cerca de donde caminaban.
Durante horas subieron hacia la aldea del este, aldea Monte Alto. La luz de
la mañana los alcanzó al momento de entrar en busca del jefe mayor de ahí. Le
explicaron la situación y sus motivos de estar en sus puertas.
Desde Monte Alto, se veía Sutolii. Solicitaron permiso para ir a rezar a su
templo de la luna.
Tan pronto como hincaron la rodilla, un rugido de debajo de la tierra los
hizo levantarse. Un temblor se sintió venir desde el centro del monte, el
monstruo apareció de debajo de la tierra, una sombra de humo negro y caliente
se elevó hasta las nubes, cubriendo Monte Alto de cenizas, bañando a sus
habitantes con un rio de fuego.
Sahhi recordó su pesadilla, y desde la parte más alta del templo, junto a
Khyhhini, vieron como la tierra se partía, desde el centro, tragándose la
fogata comunal. De ahí hasta los tres templos situados en los límites de Sutolii.
Los pocos sobrevivientes de Monte Alto fundaron la ciudad de la luna, con un
solo templo. Sahhi y Khyhhini pasaron a la historia como los lunáticos
soñadores. Que salvaron media aldea, por creer fielmente y con fiereza, en sus
propios sueños y pesadillas.
Una vez más, Gibran, nos fascinas con tus cuentos de terror. Qué historia tan fantástica, va creciendo en intensidad y haces que nos mantengamos pegados a tu relato hasta el final.
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Gracias Olga 😊😊🙏
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Me encantó el relato. A veces, lo único que tenemos es una certeza de que algo va a pasar. Es bueno, creer en ellas.
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¡Que maravilla de relato Gibran! Nos has tenido pegados a él desde el principio sin poder levantar la mirada, y como siempre, con una imaginación desbordante. Chapó. Un abrazo enorme. 🙂
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