LA ÉPOCA DE LAS AURORAS BOREALES TRISTES (PARTE 5)

Continúa de: https://submarinodehojalata.com/2022/05/08/la-epoca-de-las-auroras-boreales-tristes-parte-4/


Tras la partida del joven, Aleksandra volvió con sus hijos, se arrebujó entre ellos bajo las mantas y se quedó escuchando la respiración de los niños hasta que se durmió. Para entonces, ya había tomado una decisión.

El día llegó pronto, le daba la impresión de que no había dormido apenas. Oyó un trasiego de puertas y ruido de agua en el lavabo; cuando bajó, las dos mujeres ya estaban en la cocina calentando achicoria para desayunar. La mayor estaba lozana, incluso alegre, y Aleksandra se extrañó de tanta vitalidad después de la experiencia sufrida; supuso que cada cual llevaba los traumas a su manera.

—¡Buenos días! —casi gritó la señora— ¿Un poco de café? —preguntó levantando el vaso con la infusión de achicoria.

La maestra aceptó y se sentaron en la mesa del salón donde la joven había dispuesto unas rebanadas de pan para desayunar; le llamaba la atención de que aún no hubiera hablado, era sumisa y apocada, de eso no le cabía ninguna duda. La voz cantante la llevaba la madre, incluso preparó algo de café de recuelo, para sus hijos cuando se levantaran, con los restos de la achicoria que estaban tomando.

Aleksandra tomó nota de pararle los pies, llegado el momento, para evitar que invadiera su terreno.

Imagen de Dan Ramírez en Pixabay.

Los niños aceptaron de buen grado a los nuevos acompañantes y, para alegría de su madre, no hablaron mucho a pesar de la ristra de preguntas que les hizo la mujer mayor.

El día pasó rápido con preparativos para el viaje que quedaba por delante: un nuevo conductor los recogería en cuanto hubiera caído la noche. Aleksandra preparó todo en la habitación, en silencio y en penumbra; tenía la sensación de que estaba traicionando a su marido y, al mismo tiempo, temía meter a sus hijos en un callejón sin salida. Sólo se repetía a sí misma que cuando cayera el eje alemán, el gobierno de Franco terminaría y volvería a por Saturnino.

El coche llegó a las diez de la noche a pesar de que ya hacía varias horas que se había ocultado el sol, pero por entonces, estaban las calles solitarias y el frío hacía que ni siquiera la guardia civil se atreviera a hacer su ronda.

Todos salieron cuidándose de no hacer ruido: la madre de la otra familia iba la primera, Aleksandra se quedó la última al paso de los críos que ya habían aprendido que debían obedecer a todo lo que se les dijera sin rechistar.

En la puerta esperaba un coche más grande que el que los llevó a aquel piso; era un automóvil preparado para transportarlos a todos. El hombre no le dio buena espina a la maestra y, entonces, se dio cuenta de que ese día había desconfiado de todos.

Los copos de nieve caían de forma pausada reflejándose cuando traspasaban la luz de las farolas. Era como una despedida; un mal presagio se clavó en Aleksandra, como si no fuera a volver, y desechó la idea porque todo eso lo hacía por sus hijos para que, una vez se recuperara la libertad, volvieran a su hogar.

El vehículo recorrió las calles de Soria con lentitud; parecía que ese trasto no se quisiera ir. En su interior, todos iban en silencio; ni siquiera se movían, miraban por las ventanillas, pensando, incluso la mujer mayor y los niños, que sabían que comenzaba un viaje muy largo y sin día de llegada.

Imagen de Art Tower en Pixabay.

Continuará.

Olga Lafuente.

8 Comentarios

  1. Que maravilla Olga, pero, nos dejas siempre con ganas de mucho más. Estoy deseando que algún día nos presentes una novela, porque tienes una pluma fantástica. Así que ya sabes, aquí me dejas con ganas de saber que pasa con ese mal presagio, y el viaje. ¡Muchas gracias! No tardes mucho, porfi…

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  2. Dejé esta historia por un tiempo, y ahora recién la retomo. Me ha dejado así 😵. Pero qué buena!!! Espero que esto se convierta en una novela. Es que hay que dejarla en un libro. Al menos una noveletta🙏🙏🙏🙏👏👏👏👏👏👏👏👏👏👏👏

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