Llevo no sé cuánto tiempo dormido, no puedo hacer otra cosa. Me encuentro paralizado dentro de esta caja transparente, y antes de eso, en el fango tras el ritual que me llevaría a la eternidad. Soporté que me degollaran, tomé las semillas de Mandrágora, me ataron una soga al cuello para convertirme en un sacrificio propicio a Taranis, pues se me prometió y creí. Pero no pensé que la eternidad sería así, aplastado por el fango sin poder moverme.
Luego de centurias, unos hombres extraños me sacaron de mi sopor y me colocaron aquí. Hay un joven que todas las mañanas se acerca a verme, sus ojos me observan con fascinación y me gustaría saber por qué ¿Será posible que me envidie?
A través de mis párpados, puedo ver otros cuerpos semejantes al mío e igual de inmóviles, encerrados en unos cajones transparentes ¿Quiénes serán? Más extraño aún, estamos iluminados por algo que no es fuego, se encienden y se apagan en ciertos momentos. No sé si es de día o de noche. Solo sé que viene gente vestida de forma extraña y nos observan curiosos, uno a uno. Siempre son diferentes, excepto este joven que me observa cuando los demás no lo ven. Puedo ver lo que ven sus ojos: mi cuerpo achatado por el peso del fango, mi boca torcida, con un rictus perpetuo de desesperación. Puedo leer en sus labios que me llama “El hombre de Lindow”, no me llamo así, pero aún no le sacaré de dudas.
Me pregunto si habrá una manera de conectar con él. Intentaré rezarle a Cernunnos a ver si puedo penetrar en sus sueños; de todas formas, no tengo nada mejor que hacer. ¡Lo logré! He penetrado en su mente, y qué realidad tan triste y apabullante la que tiene. Sin propósitos ni dioses, una marea de gente que te aplasta a su paso. A través de sus pensamientos, entiendo que estamos a milenios de mi época, y con sus conocimientos me adapto y preparo mi alma para el próximo paso: la transmigración. No me gusta esta época, pero algún rastro de magia ha de quedar, la madre tierra no ha perdido de un todo su poder, la siento latir. Está herida, pero no muerta.
Estoy en su cuerpo una vez que rompió la caja. Su corazón se paralizó cuando abrí los ojos y me apoderé de él. Otros hombres me llevan detenido, pero no importa, ya me liberaré de nuevo. Paciencia y tiempo es lo que me sobra. Cuando vuelva por mis hermanos cautivos, seremos un ejército.
Autora: Damaris Gassón
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