Si estuviera vacío de aquellos bosques sonoros
si tuviera en mi mano la corriente arañada de las aguas
y estuviera en mis profundos océanos dormidos
para caminar inerte en las montañas saladas
y encontrar mis rotos fragmentados en la escarcha.
Quizá regresaría envuelto en la bruma de la tarde
para arrastrar los desencantos existentes de la marcha
y arrojarte o lanzarme desde mí hasta mi alma,
desde mi yo agotado hasta las roturas encendidas de la calma.
Quizá, solo quizá, nacería de nuevo, brillante en el cielo
un nuevo lucero vibrante de vida estallada, en las nubes
recientes de mis sueños, donde encuentre volando,
las ramas de mis alas argentadas, que, aunque rotas,
alcancen el nuevo ser que yo era, y regresen las rosas
esparcidas del mundo ya dormidas, a mis ojos enmudecidos,
a mis manos doloridas, pero perfumadas de nuevo con
la esperanza del romero, a caladas lunas de la brisa,
a los cantos rociados de agua mansa, que llena los senderos
que abre la tierra para mojarla, para crecer desde la dulzura
ignorante de la mañana.