LAS SOMBRAS BLANCAS (Jordi Tauler / INVITADO DE LA SEMANA)

Lluvia racheada sobre la carretera estrecha. Las luces del coche sólo reflejan agua violenta barriendo el asfalto, tras los cristales empañados. Los brazos de acero de Owen agarrados al volante, timón triste. Fionna mira al mar, esas cortinas de agua amando las olas poseídas por el viento.

Amanece triste el faro, entre nieblas azules y grises. Owen arregla una ventana rota. Fionna hierve el té mientras espera la lluvia que le abre los ojos.

Desde el puerto, el joven poeta, contempla el amanecer sobre el horizonte, buscando la palabra precisa.

Nada les salva ya. Tres años de una sencilla boda, de cura borracho y el tío de Owen mirándola con ojos de perro. Tres años de vida pobre, de pescador derrotado en cada amanecer, de mujer que repara redes y ayuda en la tienda de ultramarinos por las tardes. Tres años de noches de sexo que se aburre de sí mismo y que termina en la botella de Owen, en los cuadernos de Fionna en los que esboza los botes de sardinas, los paquetes de sal, los suelos rancios que ella friega todas las mañanas.

Fionna pasa los días dibujando en cuadernos de hojas anchas. Owen, arregla ventanas y apunta las nulas incidencias de este rincón del océano que los barcos ya no ven. Owen, ya no bebé té, solo café fuerte por la mañana, cerveza al mediodía y whisky el resto del día y de la noche.

Una noche Fionna sube al penúltimo piso del faro. Owen, ronca. Fionna, mira bajo la luz vaporosa del faro, ese mar que ha aprendido a amar, en todas sus olas, en todos sus brillos y reflejos. Fionna, empieza a pintar un mural en la pared de la habitación.

Todas las noches pinta. Todas las mañanas retoca. Pinta las olas con esas crestas blancas que le fascinan, le excitan.

Noche de invierno y Fionna está a punto de terminar el mural. La tormenta ruge sin pausa. Entre los lienzos de lluvia, algo se define, unas manchas blancas. Fionna las mira y sonríe. Owen ronca. Fionna observa. Fionna se desnuda y con una energía desconocida, pinta las manchas en el mural, pinta los susurros y el brillo sobre el agua y el viento. Fionna siente lo que nunca Owen le dio mientras el pincel corre loco sobre la pared de la habitación.

Una ventana se rompe y despierta a Owen. Deslumbrado ve el cuerpo desnudo de su mujer. Grita y se lanza sobre su mujer pero ella le esquiva y él resbala. Su cabeza se estrella contra la barandilla metálica de la escalera de caracol. Durante unos breves segundos los ojos de Owen buscan la mano de Fionna. La sangre mancha todo el suelo de la habitación. Fionna se moja las manos en ella y pinta rayos coagulados en las nubes del mural.

Desde el puerto, las gentes del pueblo ven el extraño espectáculo de las sombras blancas rodeando el faro. Inesperadamente, una nueva sombra blanca sale desde el faro para unirse a las otras.

El faro se apaga. Nadie se preocupa, ningún barco cruza ya la línea de las islas.

Una tarde, dos jóvenes suben al faro. Encuentran el cadáver del farero. Y un precioso y misterioso mural que les deja hipnotizados. Varias sombras blancas parecen bailar sobre el mar y la lluvia. En el margen izquierdo, una nueva sombra blanca más pequeña parece volar hacia las otras.

Esa noche, en la taberna, hablan de la pesca asombrosa de las últimas semanas. Unos comentan el mural, otros dices que solo son dibujos de locura. Más tarde el faro se enciende solo y así lo hará ya cada noche. Nadie pregunta nada, satisfechos con los barcos llenos volviendo al puerto.

Sentando en un rincón de la taberna, el poeta local, escribe una leyenda que dice que de los tés y cafés más tristes del mundo nace una belleza que nadie puede describir, tan perfecta que ni la vida la soporta.

Vivirá el resto de su vida en el faro, contemplando ese mural pintado, sintiendo su insoportable belleza. Buscará, en cada uno de los trazos, los rastros de lo que nunca podrá explicar. No volverá a escribir más.

«Las sombras blancas»
Una versión más extensa de este relato ha sido ya publicada en mi libro de relatos cortos “En el universo siempre es de noche».