El trabajito

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Noemí Ester Marmor, de Córdoba, Argentina. Dice que tiene una relación amor/odio con la poesía. Adora hasta la idolatría a Stephen King y Gabriel García Márquez. Ha publicado cuentos en el diario físico de Córdoba. Un guion teatral de un unipersonal representado por la actriz argentina, Cecilia Trejo en Chile. También sus letras se pueden ver en la Antología APAIB, Orgullo Zombi 2020 y 2021, Secretos del corazón (poesías, ediciones Afrodita), Antología Beatle, plaquette Sangre de tu sangre (editorial Winged). Y ha sido columnista en la revista virtual Rigor Mortis, con “Edgard, el coleccionista” y tambien en la novela “La misión de Muriel” (editorial Passer). A sus cincuenta años nos cuenta que le apasiona escribir y que lo hace desde que tiene uso de razón. Le agradecemos, que con esa misma pasión nos haga entrega de sus letras en este cuento de terror, “El trabajito”, una irónica historia de brujería que nos ha encantado.

El trabajito

—¿Está segura, entonces?

—Completamente. Es hacer justicia. Ni más ni menos.

—Se lo consulto porque hay clientas que se arrepienten cuando tienen la cabeza fría. Y en esto no hay vuelta atrás.

—Querida, jamás tomo una decisión en la vida sin pensarlo largo y tendido. Esto está decidido. No me voy a arrepentir.

 —Pero es su mejor amiga. En algún momento, puede ver las cosas de otra manera.

—No hay otra forma de ver esto. Mi supuesta mejor amiga, me engañó con mi amante y proveedor. Lo usó como a un juguete, y cuando se cansó, lo desechó. Y el muy idiota, se suicidó. Sin dejarme un centavo. Si no hubiera tomado mis recaudos a tiempo, cuando aún estaba bajo mi influjo, hoy debería ir a trabajar de nuevo ocho horas diarias como una esclava.

—¿No lo quería?

—No. Pero a ella sí. Le di mi afecto y confianza, y me traicionó. No soporto saber que respira el mismo aire que yo. No voy a tener paz hasta que pague su falta de respeto. Aníbal era mi proyecto personal. Mi seguro de retiro, por así decirlo. Ella echó a perder todos mis planes de una madurez económicamente estable y tranquila.

—Pero me contó que ya está en otra relación. ¿No sería mejor para usted dar vuelta la página?

—¿Acaso no desea ganar dinero? Este trabajito es bastante caro. ¿Por qué tantos remilgos?

—Solo le daba una opción. Cobro caro, pero no estafo. Quiero hacer lo mío sin cargos de consciencia. Porque soy un instrumento del destino. Considere que él fue quien la trajo hasta mí.

—Me gusta como lo dice. Quédese tranquila, y pongamos en marcha al destino.

—Muy bien. Necesitaré carne humana. Usted tiene que estar al tanto de todo el procedimiento. Puedo conseguirla a través de un contacto en el hospital. Alguien que trabaja en la morgue. Usted deberá traerme tierra de un cementerio. Es mucho más poderosa mi labor si en él hay enterrado algún ser querido de la persona que trabajaré.  Necesito también fotos de ella, y en lo posible, alguna prenda de su pertenencia. ¿Aún tiene la regla?

—¡Por supuesto! ¿Tan vieja me veo?

—En absoluto. Pero hay mujeres que dejan de tenerla relativamente jóvenes. Mejor si no es su caso. Me deberá proveer de esa sangre.

—¿Y qué hubiera hecho si estaba menopáusica?

—Sencillo, se hubiera tenido que cortar, y brindarme de allí lo que le pido. Pero, según mi experiencia, todo sale mejor y es más potente, si viene del útero. Cuando consiga el material cadavérico, la llamaré. Es absolutamente necesario que esté conmigo mientras confeccione la muñeca. Para entonces, deberá venir con los elementos que le pedí.

—¿Le pago ahora?

—Prefiero que lo haga cuando esté todo en marcha. Para mi tranquilidad, y la suya.

—Me parece bien. Quedo a la espera de su llamada, querida.

Antonela se fue taconeando muy satisfecha de la casa de la bruja.

Se la había recomendado una amiga del mismo grupo que integraba con Mónica, la traidora. Había violado ese pacto no escrito de solidaridad y respeto de esa sórdida y productiva comunidad de mujeres que vivían de la generosidad masculina.

Rompió los protocolos por capricho. Ella la aleccionaría. Sonrió al pensar en la hechicera. Había esperado ver a una anciana de aspecto siniestro, con una lechuza en el hombro. Se encontró con una joven atractiva, con aspecto de mujer de negocios, y una dialéctica práctica y sensata. Nada de oscurantismos, ni drama. Eso le resultó agradable.

Pasados unos días, Laila la llamó. Combino la fecha en que tendría su menstruación para apersonarse.

Ya había ido a juntar la tierra del cementerio donde descansaba la madre de Mónica, y tenía a mano una chalina que ella había dejado en su casa.

—Bueno, Antonela, pasemos al procedimiento.

Laila sacó de un recipiente plástico guardado en su refrigerador sendos pedazos de piel con carne adherida. Lo colocó en su escritorio, donde ya estaba dispuesta una aguja de coser gruesa, grandes tijeras de plata, e hilo de suturas quirúrgicas.

Antonela sintió náuseas al ver las piezas de restos humanos. Tragó saliva, y contuvo sus ganas de salir corriendo de allí. La bruja cortó hábilmente las partes que necesitaba, con sus manicuradas manos cubiertas de guantes de látex.

Cosió con la pericia de la experiencia, mientras salmodiaba una oración en un idioma desconocido.

Una vez confeccionada la horrenda muñeca, la rellenó con la tierra empapada en menstruación, y colocó la fotografía de la víctima en su interior. Con un afilado cuchillo de punta muy aguda, le dibujó los rasgos a la espantosa carita de carne muerta, y con un pincel y una extraña tinta negra extraída de un tintero con símbolos cabalísticos, los remarcó.

El rostro de la muñeca tenía una repulsiva mueca de espanto. Para completar su obra, la envolvió en la chalina de seda multicolor. Después, la colocó en una caja de madera, tallada con pirograbado, con el nombre de la destinataria del hechizo, y de quién lo decretaba por mandato. Poniéndola en una alegre bolsa de compras, se la tendió a Antonela.

 —Ya está. Cuando la entierre, no habrá retorno.

—Está bien. ¿Qué es ese sonido que sale de la caja? -—preguntó con el estómago revuelto.

—Larvas. Muy activas. Se alimentan de la sangre en la tierra. Luego devorarán la carne de la muñeca, cuando usted la sepulte. Verá el resultado con sus propios ojos.

—¿Será tal y cómo me lo prometió?

—Por supuesto. Su amiga comenzará a pudrirse en vida. Algo similar a la lepra, pero sin cura. El primer síntoma será un sarpullido, seguido por decoloración en cada una de las zonas afectadas. Luego, pérdida de la sensibilidad. Irá… perdiendo piezas, por así decirlo.

—Perfecto. —dijo muy pálida. -—¿Le abono ahora?

—Estaría muy bien.

 Antonela, le extendió un cheque, tratando de no denotar el temblor de sus manos.

 Laila lo tomó con un movimiento felino, y una sonrisa fría. Se saludaron cordialmente. Cuando ya se retiraba del hogar de la bruja, ésta le dijo:

—Por cierto, no demore en enterrar la muñeca. Si no lo hace esta misma noche, la caja estallará por la acción de las larvas carnívoras. Y no me hago cargo de las consecuencias. Mi poder —hizo una breve pausa —tiene algunos límites.

Antonela se fue absolutamente horrorizada, reprimiéndose para no arrojar la bolsa con el malsano contenido. Se ordenó calmarse.

Al llegar a su bella casita, tomó un buen trago de whisky, y se apresuró a llevar una pala, y la infausta bolsa al jardín.

Cavó la fosa bien profunda, y con una abyecta sensación repulsiva, tomó la caja y la colocó en el fondo, tratando de ignorar los truculentos sonidos que salían amortiguados de su interior. Solo cuando estuvo bien cubierta la pequeña tumba, consiguió normalizar su desbocado ritmo cardíaco.

Esa noche consiguió conciliar el sueño con una muy poco saludable mezcla de alcohol y ansiolíticos, que no la rescataron de una sesión de pesadillas dignas de una película de terror barata.

Le costó bastante, al día siguiente, ocultar los signos de la mala noche con maquillaje. Debía verse perfecta y cautivante, para cuando su nuevo amante la visitara. No era momento de mostrar algún defecto que alejara al espectacular partido que quería atrapar para esquilmar. Pasadas unas semanas, el tiempo que Laila le había dicho que la maldición mostraría sus estragos, decidió visitar a Mónica, para ver en primera fila el espectáculo.

Se llegó a su departamento sin avisar previamente. Presionó el portero eléctrico. Una voz cascada le contestó.

—¿Qué necesitas? Si vienes a reprocharme lo que hice, no te molestes. Estoy muy mal. Puedes estar contenta.

—Solo venía con la intención de reconciliarme contigo. No podemos estar enojadas por un hombre. Ninguno vale lo que una buena amistad. Hasta te traje tu champaña favorita, como ofrenda de paz.

El sonido de la puerta abriéndose al ingreso del edificio, le arrancó una pérfida sonrisa.

Cuando Mónica abrió la puerta, no estaba realmente preparada para la visión que la recibió. Aunque tenía la cabeza casi totalmente tapada por un pañuelo, y solo los ojos estaban descubiertos, se asombró del deterioro de su amiga.

—¿Qué te ocurrió, Mónica? ¿Qué tienes?

—No lo sé. Los médicos no aciertan a ver que me ocurre. Hablan de una enfermedad auto inmune, pero no encuentran ninguna solución.

Antonela, viendo el estado lamentable de la mujer, descubrió que no encontraba el amargo placer que esperaba gozar ante su desgracia.

Se sentía horrible. Mónica parecía haber bajado muchos kilos.

No solo se cubría el rostro, y la cabeza, donde se adivinaba que había perdido el cabello, sino cada parte visible de su piel. Hasta las manos estaban enguantadas.

—Lamento mucho lo que te pasa. Yo… no tengo palabras.

—Seguramente las tienes, Antonela. Me alegra que te acercaras a brindarme tu perdón. Yo siento que la extraña enfermedad que me consume es una especie de castigo por mis actos.

—No digas eso, por favor… Antonela estaba sollozando, de culpa y espanto.

—No creo encontrar la cura para este suplicio. Ya has notado que hasta mis cuerdas vocales están afectadas. Estoy cada día con menos fuerzas. Mañana vendrá mi madre a cuidarme. Mi madre, que me había repudiado por mi vida ligera.

—Lo siento tanto.

—Es justicia Divina, Antonela. Déjame darte un consejo: abandona las frivolidades que hemos compartido juntas. Nada bueno sale de esto. Mírame a mí, sino. Me estoy pudriendo en vida. Mónica se sacó el pañuelo, que develó un rostro carcomido de momia, al que le faltaba la nariz, con costras purulentas en las mejillas, frente y boca.

Antonella, casi al borde del desmayo, empezó a llorar a los gritos.

—¡Lo siento, amiga! ¡Lo siento muchísimo!!

—Cálmate, querida. Si te mostré mi deterioro, es porque no quiero que te ocurra la misma desgracia que a mí. No sé si esto no es tal vez una enfermedad venérea nueva.  Los médicos no tienen siquiera una mínima idea de que se trata. Quizá algún infeliz de esos con los que alternamos me haya contagiado.  No te me acerques mucho. No quiero que después de tu hermosa acción de perdonar mi mal obrar, te pueda pasar esta horrorosa condición que me afecta.  Márchate, y recuerda mi consejo.

Antonela huyó del coqueto departamento sin dejar de llorar y gemir.

Casi choca antes de lograr llegar a su casa con temerarias maniobras fruto del pánico histérico que la ahogaba. Ya en su hogar, se preguntó horrorizada:

—¿Qué he hecho?

Bien sabía, por los dichos de Laila, que no existía forma de revertir la maldición.

Llamó a su amante diciéndole que no se sentía bien, y sin dudarlo, se sirvió generosas dosis de wiski con pastillas, que no le dieron el alivio del sueño.

Tuvo una semana de pesadilla. No podía descansar. Oscuras ojeras sombreaban sus ojos, y no se molestaba en maquillarlas. No tenía ánimos para recibir al tipo que tanto esfuerzo le había costado conquistar. Una mañana, descubrió un sarpullido en todo su cuerpo y rostro. Al rascarse, se dio cuenta de que las zonas afectadas no tenían sensibilidad. Un sudor frío le perló la piel. Sin pensar demasiado, se vistió lo mejor que pudo, y se colocó enormes gafas negras. Condujo hasta la casa de Laila. Tocó la puerta con desesperación.

—No habíamos acordado ninguna cita, que yo recuerde. —le dijo secamente la hechicera, permitiéndole pasar, de mala gana.

—Es cierto. Pero sé que usted sabe muy bien la razón de esta visita.

—Posiblemente.

—Solo quiero que me diga la verdad. Sé que no es reversible, pero, aun así, deseo saber quién me maldijo.

—Mónica.

—¿Entonces estuvo actuando cuando la visité?

—En absoluto. Pidió maldecir a la persona causante de su desgracia. Jamás develo el nombre de mis clientes. Salvo en este caso, claro, donde el destino se cruzó con este entramado. Ella morirá sin saber quién le hizo el daño. Y usted, con el conocimiento total de lo ocurrido.  Le pido que recuerde que la llamé a la reflexión antes de comenzar con todo, aun en contra de mi beneficio económico. Las cartas están sobre la mesa. No fui yo quien las repartió. Solo las di vuelta para verlas. Fui un instrumento del destino todo el tiempo.  Usted eligió el camino más oscuro y retorcido. Si no lo hacía conmigo, el daño se llevaría a cabo con otro instrumento, por su obcecación. Ahora le queda la decisión de elegir como vivir el tiempo que le queda. Le recomiendo que no se mate. Sé que lo desea. No será agradable la agonía, pero si no aprende nada de este proceso, no le auguro un buen tránsito hacia el siguiente nivel.

—No creo que haya nada después de esta vida.

 —Ya se equivocó una vez. No se condene por toda la eternidad. Así como confió en mí para hacer daño, hágalo para conseguir la paz. Sea digna.

— ¿No le da remordimiento lo que hace?

—En absoluto. Ya le expliqué mi postura y posición.

— ¿Entonces, solo me queda encerrarme y esperar a la muerte mientras me pudro en vida, y rogar que todo termine rápido?

—¿No tiene nadie que la acompañe en este trance? Mónica al menos pudo retomar el contacto con su madre. Alguien tomará su mano antes de marcharse.

Una lágrima rodó por el rostro de Antonela. No había nadie. Eso, quizá, sería lo peor de enfrentar la maldición, conseguida a fuerza de puro odio.

5 Comentarios

  1. Genial!!! Nada menos que esperar de esta gran escritora. Suspenso, crimen, brujería, morbo nacido del mismo Infierno, todo mezclado de manera genial. Y de trasfondo la maravillosa simpleza de una reflexión de vida: piensa bien en lo que haces, y por qué lo haces, antes de hacerlo. Me encantó 👐👐👐💕

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  2. Excelente relato.
    Me quedo con este fragmento por elegir uno, que es bien difícil:
    —Ya se equivocó una vez. No se condene por toda la eternidad. Así como confió en mí para hacer daño, hágalo para conseguir la paz. Sea digna.

    A veces los consejos los dejamos pasar de largo sin pararnos a pensar en ellos y en las consecuencias de nuestros actos.

    Le gusta a 2 personas

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