
Querida Elena:
Como sabes te escribo desde mi pequeña casa en Giverny. Hoy llueve, y al mirar por la ventana que da al prado, no puedo evitar verte paseando entre las flores con una deliciosa sombrilla, al igual que hiciera la Alice de Monet, una pintura que me recuerda nuestra historia de amor. Un rompecabezas en el que hoy pongo la última pieza, doliéndome el alma al hacerlo.
Ante mí tengo nuestras cartas, las tuyas anudadas con un lazo de satén rojo, las mías con un simple cordel.
Recuerdo cuando te conocí en Granada. Nunca pensé enamorarme de una mujer tan distinta a mis preferencias, pero tu Elena, encendiste una hoguera hasta ahora ignota. Conocerte fue lo más bello que ha ocurrido en mi existencia. Cuantas veces hubiera dado lo que sea para poder volver a esos momentos, la juventud a veces confunde lo que es importante, y cuando me propusieron volver a Francia, no lo pensé dos veces, escogí el trabajo y te dejé a ti. Luego la vida con su libro de lecciones me fue enseñando que hay decisiones que se cobran el tributo de la felicidad.
Y como tú sabes bien, mi Elena, después de mi divorcio empecé a escribirte. El solo hecho de saber que algo mío te llegaba, causaba que me sintiera vivo. Te imaginaba leyendo mis largas misivas, acurrucada en el sofá verde. Veía tus mohines, tu cara de conformidad en mucho de lo que te contaba, tus reproches… Y te escribía una carta tras otra, y conforme lo hacía la vida iba envolviéndome de nuevo en su halo de esperanza.
Los días pasaban esperando con ansiedad al cartero. Revisaba mil veces el buzón. No te pongas triste mi amada, la ilusión de recibir algo tuyo, era mucho más fuerte que la decepción de no hallar nada.
Hasta que un día, vi asomar un sobre por la hendidura del buzón. Lo tomé entre mis manos mientras mi corazón trotaba como el de un niño. Luego mi desesperación al comprobar que era la última carta que te había escrito con un sello que rezaba: «Remitente desconocido». Esa fue la primera de tantas, hasta que dejé de poner en el remite mi dirección. Pensarás que me hundí en la zozobra pero nada más lejos de la verdad, pronto me recompuse. ¡Ah, Elena! Mi corazón sentía que estabas viva, y por tanto rechacé los pensamientos negativos. Puede que hubieras cambiado de dirección, que incluso rechazaras mis misivas… Mi sino era seguir esta relación epistolar sin respuesta. Ya te había echado de mi vida una vez, y era totalmente impensable hacerlo de nuevo.
Así pasó el dulce tiempo de la espera, hasta que inesperadamente la vida decidió hacer de cartero.
Nunca olvidaré ese dieciocho de enero. Escribía en el jardín, de las ramas nudosas de los árboles del paraíso pendían en racimos sus frutos dorados, entre sus elegantes troncos desnudos vi como se acercaba la silueta de una mujer. Su abrigo amarillo destacaba entre la naturación invernal. Su andar me cautivó al instante, pasos de bailarina que te traían de vuelta, mi querida Elena. No sé que espejismo era el que mis ojos disfrutaban. Vi como te perdías entre la arboleda para ir a la entrada de la casa. Intenté correr hasta la puerta para buscarte, pero mi estado de catarsis me impedía moverme. No sé que tiempo pasó hasta que conseguí volver a mis sentidos.
Escuché el timbre de la puerta. Me acerqué como un sonámbulo y miré por la mirilla. Ahí estaba la mujer del abrigo amarillo. Se había quitado el sombrero y su melena oscura enmarcaba su rostro juvenil. Tan parecida a ti, tan diferente. Me quedé congelado incapaz de abrir, viendo como me daba la espalda y se dirigía hacia el jardinero, y como en un perfecto francés preguntaba por mí. Observé como Antoine señalaba hacia la puerta, y como ella negaba con la cabeza. Entonces extrajo un paquete de su bolso y pidió que me lo entregara.
−Digale que soy la sobrina de Elena.
Y se fue.
Ya sabes, mi querida niña lo que viene a continuación, tú a pesar de mi partida a Francia, empezaste a escribirme cartas que nunca enviabas. Me contabas lo que vivías, lo que soñabas, los pequeños problemas, también las grandes satisfacciones, el nacimiento de tu sobrina, tus sospechas de que algo no iba bien con tu cuerpo, el diagnóstico tan atroz, tu sufrimiento, tu fuerza, Y todo lo escribías con tu bella caligrafía.
La última carta ya no tenía los trazos de tu escritura, ni los sentimientos que se quedaban impregnados entre línea y línea. Adela, tu sobrina me contaba que ya no pudiste aguantar más, que se agotó tu energía, pero no tu amor, que seguía tan vivo como siempre.
El piso continuó a tu nombre, y fue el guardián de las misivas que un poco más tarde yo empecé a enviarte, hasta que lo vendieron. Y esas palomas mensajeras terminaron de nuevo en mi casa..
Fue Adela la que viendo que aún te seguía escribiendo, decidió en uno de sus viajes a Francia traerme tus epístolas. Y soy yo, Elena el que hoy redacto la última carta y la dejo doblada entre las nuestras. No es una despedida porque donde nos vamos a encontrar será el corazón el que siga escribiendo nuestra historia de esperanza.
Giverny, 2 de mayo del 2017.
Marcel
Autora: María Morales.
Imagen Canva
Biografía:
María Morales es ante todo, una lectora ávida de historias, entiende la literatura como un puente de palabras para comprender el mundo. Autodidacta y amante de las letras. La escritura surge en su vida como un arma para despertar el positivismo, y recordar que el ser humano es ante todo la suma de pequeñas cosas.
«Un escritor no se define de ningún modo por un certificado, sino por lo que escribe» — Mijail Afanósevich Bulgákov.
Puedes encontrarla en Twitter: @frokien.
Qué agradable ver aquí un texto de esta amiga de redes, tan activa en Twitter. Este texto es simplemente sensacional. Desde el inicio te golpea con una tristeza conocida que te engancha en la historia (¿quién puede resistirse a este tipo de historias de amor imposible?); y poco a poco te va encantando para hacerte correr hacia un final que dentro de la congoja te hace pensar: aprovecha lo que te dé la vida, que el mañana brilla por su incertidumbre. Me encantó 🥰🥰🥰🥰
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Gracias querida Judith, sin duda estas y otras historias que nacen de mi humilde pluma, tienen gran parte de su tinta en este Submarino, que quito vergüenzas y soltó las letras que estaban amarradas.
¡Muy agradecida siemore a todos!
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