
En el momento de los anuncios, al termino de la misa, el padre Genovevo dio la noticia de manera oficial. Los feligreses ya sabían que uno de los dos curas se iba a ir del pueblo. El cura Mateo era un hombre maduro, que se iba de misionero a Nigeria. Siempre reservado y entregado a su fe; muy humilde en comparación a su único colega en el lugar. La Cornamenta, Coahuila era una ciudad pequeña, con apenas ocho iglesias que se repartían entre los dos para dar las misas dominicales.
Se ofrecía una misa especial al siguiente sábado, en la parroquia del centro. Por dos razones, para despedir al padre Mateo, y al mismo tiempo para dar la bienvenida al padre Melquiades. Sin duda, los católicos más fieles se presentarían esa tarde. Entre ellos estaría por seguro, la abuela y la madre de Bertoldo, y por supuesto, su vecina Doña Jovita.
Doña Asunción, se había encargado desde siempre, a inculcar a sus nueve hijas e hijos, de manera casi ortodoxa en la religión católica. Todos, al cumplir los dieciocho años, abandonaron las costumbres y la iglesia, todos menos Teresita, la más chica. Fueron esas dos mujeres, madre e hija, quienes solas se hacían cargo de la educación y de las necesidades de Bertoldo.
El muchacho de catorce años cumplía las tareas con respecto a las ordenes eclesiásticas. No le convencían del todo las leyes de dios, pero sabia que estar bien con su madre y su abuela, le facilitaba los permisos para salir en las tardes y los fines de semana.
Rezaba de manera maquinal antes de dormir, y cada vez que se disponían en la mesa para comer. Agradecía y santificaba cada suceso mientras estuviera en frente de las mujeres que lo criaron.
—Es muy buen muchachito. — decía su abuela a Doña Jovita, cuando hablaban acerca de él, en las tardes que se sentaban afuera a charlar, pecando soberbia, ira, envidia e incluso de gula con cada frase dicha.
Las escapadas mas comunes de Bertoldo eran al parque y a las prácticas de futbol. Le gustaba mucho ese deporte, aunque lo cierto era que, disfrutaba más ver a sus compañeros jugar soccer. Era bueno pateando el balón, pero era mejor para disimular cuando veía las nalgas de sus compañeros temblar dentro de los shorts deportivos.
Escondía sus preferencias sexuales e imitaba los comportamientos de sus amigos, con el fin de pertenecer al grupo de varones populares de la colonia. Le resultaba fácil involucrarse en la mayoría de las actividades requeridas por la pandilla, para ser parte de ellos. Escuchar podcast de comedia, ver anime, añorar los nuevos modelos de automóvil, tener un equipo de futbol favorito y compartir memes eran los mas comunes. Pero ver pornografía, apasionarse por los pechos más grandes, o decantarse por la cara mas bonita de entre sus compañeras de escuela, era todo un reto.
—No me gusta que nos cambien de padrecito —se quejó Doña Jovita, sentada en la banqueta, afuera de la casa de Doña Asunción y Teresita. Era mayo, y hacían reuniones diarias para rezar el rosario. En esa ocasión, habían hecho la reunión ahí. Después de que se fueron todas las señoras, se quedó solo Jovita, que vivía en la casa de al lado, y conocía a la familia desde siempre. —Apenas se ingre uno con los padrecitos, y se tienen que ir a África —continuaba.
Llegado el sábado, los seguidores católicos fueron a despedir al padre Mateo y a juzgar al recién llegado. A las nueve de la mañana con dos minutos, el coro comenzó a tocar, mientras los tres curas entraron en fila, liderados por en padre Genovevo, el mas viejo de todos los presentes en la parroquia. Detrás le seguía el padre Mateo, y al final el padre Melquiades. Este último se llevaba todas las miradas, los que estaban alejados de la nave central, cuchicheaban entre ellos. Era muy joven, de cara limpia, barba cerrada, alto, con un paso atlético, sonriente y con ese brillo en la mirada que, inspiraba confianza y bondad pura.
Entre los tres dieron la misa, convirtieron el sermón en una mesa de debate, el cual mantuvo a los fieles boquiabiertos y atentos a la discusión, aprendiendo una misma filosofía, vista y entregada con tres enfoques diferentes. Durante la ceremonia, se soltó uno que otro dato personal del padre nuevo. Dando pistas de dónde venía, y cuales eran sus pasatiempos favoritos. Uno de esos pasatiempos era grabar, editar y publicar un podcast católico. Se llamaba Melquiades servi dei e invitó a los presentes a seguirlo en y escucharlo en Youtube y Spotify. La mayoría de los presentes ni siquiera entendió a lo que se refería.
—Es muy guapo —dijo Doña Jovita refiriéndose al padre Melquiades, cuatro días más tarde, después del rosario.
Bertoldo que estaba cerca, escuchó a la anciana y lamentó no tener el valor para aprobar la afirmación de su vecina. Pues no solo compartía el veredicto acerca de la belleza del padre, sino que, además, estaba profundamente enamorado de él. No hacia otra cosa mas que pensar y recordar al hombre con sotana, caminando, discutiendo los temas de dios con una soltura que solo lo pudo comparar con un Jesús de doce años profetizando con los doctores en el templo.
En su afán de escuchar de nuevo al padre Melquiades, buscó el podcast y descubrió que tenía un poco mas de cien episodios. Se dispuso a escucharlos todos, en orden cronológico. Conforme avanzaba en los capítulos, Bertoldo se hacia mas devoto de la religión y las sagradas escrituras. Sus creencias heredadas, pasaban de ser una práctica necesaria para cumplir con su madre y su abuela, a ser un apasionado pasatiempo, relatado con la voz de su ídolo. Su amor platónico.
Al transcurrir la primera semana, pasó de dejar comentarios en las plataformas donde estaba el podcast, a presentarse ante el padre Melquiades como fiel seguidor de él y de dios. Quería ganarse la amistad y de ser posible, conquistar el corazón del sacerdote. Así que empezó con ofrecerse como asistente personal.
Siendo una persona amable y cariñosa, Melquiades aceptó la oferta. A sus ojos y su parecer, no existía una amistad mas pura, que la que dan los adolescentes.
El mes de mayo continuaba su curso, mientras tanto, el lazo que se había formado entre el cura nuevo y Bertoldo proliferaba. Les tocó rezar los últimos rosarios en las casas de las señoras, cenaban juntos, e incluso organizaron unas retas de soccer con los chicos que se reunían en el parque enfrente de la parroquia.
Bertoldo era muy feliz cuando estaba cerca del padre, sin embargo, en el fondo, sabía que continuar enamorado de Melquiades era una de las peores equivocaciones que pudiera cometer cualquier ser vivo en su posición. Un pecado ante las leyes católicas, y una aberración según el juicio de la sociedad en donde vivía. Cuando estaba en la soledad de su habitación, lo atacaba la tristeza, lloraba ahogando sus gritos, secando sus lagrimas con la almohada. Se odiaba a sí mismo, a la castidad del catolicismo y la homosexualidad. Deseaba ser mayor de edad.
Junio fue una montaña rusa de emociones para Bertoldo. Casi sale avante del mes, pero el día treinta, escuchando el capítulo sesenta y ocho de Melquiades servi dei tuvo un repunte de aflicción. Se le rompió el corazón cuando escuchó de la voz de su amado: “…no entiendo a qué van ellas y ellos a misa, no tiene nada de malo, pero en lo personal yo no perdería el tiempo, pues los geys y las lesbianas no entran en las puertas del señor…” La ilusión de Bertoldo comenzó a desmoronarse.
La confusión se le presentó al día siguiente, cuando no pudo disimular la tristeza frente al padre Melquiades, y este, lo consoló con un abrazo y una caricia. El estomago del muchacho sintió derretírsele de amor.
En el episodio setenta y seis, Bertoldo, escuchó una voz muy sutilmente escondida al fondo de Melquiades. Era un susurro rasposo y grueso que decía “pecador”. No le dio importancia. Pensó que era parte de la edición. Que tal vez, el padre quería dejar mensajes ocultos para su audiencia.
No obstante, lo mismo comenzó a suceder en los episodios consiguientes. En una ocasión, conectó su celular a la bocina de la sala, para escuchar el podcast con su mamá, su abuela y doña Jovita. Y claramente, la misma endemoniada voz del fondo dijo: “entrega tu cuerpo al pecado, muere como el hijo de dios”.
—¿Por qué el padre Melquiades hará eso de meter voces extras? —preguntó Bertoldo a las mujeres.
—Porque es muy galán, y puede hacer lo que le de la gana. —dijo doña Jovita
—Yo no escuché nada —dijo Teresita.
El muchacho retrocedió el audio unos minutos para demostrarle a su madre de lo que hablaba. Pero la voz desapareció, en la segunda vuelta.
El incidente se repitió en varias ocasiones. Y entre mas se demostraba a si mismo que, un demonio escondido en el podcast quería darle un mensaje, mas disimulaba el terror frente a su familia. Cada vez que la voz se manifestaba, sentía el aliento frio del infierno, recorriendo desde su cuello hasta sus rodillas, temblaba en su interior, sabía que la ansiedad se apoderaba con cada respiración de sus intestinos, reprimía con toda su fuerza el inminente ataque de nervios.
A pesar del pánico, la singularidad del asunto lo orilló a continuar escuchando episodios de Melquiades servi dei. Concentrándose en la voz que le hablaba al fondo, esa misma que insultaba su inteligencia y que lo acusaba de pecador.
“Melquiades se masturba pensando en mujeres” dijo la voz, en el capítulo ochenta y uno. Con la intención bien lograda, de destruir el corazón y la mente de su único escuchante. Bertoldo dejó de escuchar el programa por unos días.
Una tarde mientras limpiaban y organizaban figurillas de la virgen María, cruces de todos tamaños, recuadros de santos, muebles, sillones empolvados, y de más cachivaches en el cuarto conjunto a la sacristía. Bertoldo comentó que su quinceavo cumpleaños estaba próximo.
—¿Me vas a invitar a tu fiesta? — preguntó el padre Melquiades.
—Sería el mejor regalo. —contestó con un nudo de melancolía atorado en la garganta.
El padre notó el dolor de su amigo, y lo invitó a sentarse junto a él para charlar de eso que le afligía. Y poco a poco, Bertoldo fue soltando el sentimiento y el cuerpo. Un abrazo se convirtió en una caricia. Un “te amo” de la voz quebrada y enamorada de un adolescente, quebró el sosiego que Melquiades tenía reprimido. Besos apasionados culminaron en el acto sexual que los dos habían soñado desde que se conocieron. Se entregaron unos corazones a un baile de palpitares sincronizados.
Al finalizar el acto, aun sin pantalones, Bertoldo vio a las espaldas de Melquiades, entre las grandes figuras de cerámica, al demonio que le había hablado en el podcast. Un monstruo calvo con brazos muy cortos y una sonrisa muy grande, piel rosada y babosa. El monstruo se burlaba de él, de su desnudez. Viéndolo fijamente a los ojos le dijo:
—Sucio pecador, es mío ahora. Débil.
El muchacho aterrorizado hasta el hígado liberó todo ese pánico reprimido como una válvula de presión. Corrió en cueros, gritando de miedo, en dirección a la iglesia, salió por la sacristía, bajó por el altar, llamando la atención de unas señoras que rezaban en las bancas. Recorrió toda la nave central hasta salir del templo, desplomándose en los escalones que dan a la plaza.
Los integrantes del coro iban llegando. Uno de ellos, fue a socorrerlo, quitándose la camisa para cubrirle la parte media, la cual tenía manchada de sangre, semen y excremento.
Eduviges, una de las vocalistas, y su novio. Entraron a investigar. Alcanzaron a ver al padre vistiéndose, tratando de ocultar la ropa de Bertoldo.
La iglesia no pudo expeler el escándalo mediático. Excomulgaron al padre Melquiades y lo metieron un par de meses a prisión por el delito de abuso sexual en contra de un menor de edad. Y el podcast fue eliminado de todas las plataformas.
Doña Asunción y Teresita entendieron el trauma que pudo haber sido, así que no protestaron cuando el chico dejó de rezar y de ir a misa. Pero les costó mucho esfuerzo, tolerar la homosexualidad declarada abiertamente unas semanas después.
Meses después, Bertoldo, se convirtió en fanático de las historias de terror. Y encontró muchos podcasts de esa temática, uno de ellos era, Diabolus versus deum. Mismo con el que compartió por escrito el suceso con el padre Melquiades, relatado en forma de historia.
Y como una burla del destino, Bertoldo se enamoró de uno de los productores, la vez que lo conoció en persona. Situación que aprovechó el demonio calvo del podcast, para reaparecer y resonar de nuevo su voz, en el oído izquierdo de Bertoldo, una vez más y con la misma caótica intensión.
Jo, Gibran. Qué tremendo. Es que lo explicas de forma que hasta lo ves. Vaya repelús imaginar al «demonio calvo» a la espalda de ese Adonis de sacerdote. 😬
Me gustaLe gusta a 2 personas
Eres especialista en terror clásico mezclado en el día a día. Tremendo!!! 😱👏🏻👏🏻👏🏻
Me gustaLe gusta a 1 persona
Muchas gracias !!!
Me gustaLe gusta a 1 persona