—Incumplidora, porque me haya muerto no dejaré de exigir que cumplas tu palabra.
Se había despertado con una pesadilla ¿o era realidad? Nunca había creído mucho en la veracidad de lo onírico: ella era la culpable de lo que le estaba aconteciendo, había incumplido la palabra que había comprometido con alguien que ya no estaba vivo y ahora acababa de conversar con él en sueños y le había aclarado el motivo de tanta desgracia.
—No tendrás paz ni salud hasta que me lleves al Obradoiro pero primero he de pasar por Pedrafita, visitar a los caballeros sanjuanistas de Portomarín que yacen bajo el embalse y santiguarme con el agua del altar de sacrificios del Castro de Ligonde. Vendrás a buscarme al cementerio y me llevarás contigo.
Con solo recordar estas amenazadoras palabras Mariña temblaba, su enfermedad no la dejaba caminar, cómo haría para peregrinar a Compostela, se preguntaba. ´
Álvaro, el ánima con la que había conversado, había sido uno de sus muchos amigos al que había querido de modo especial. Cuando estaba en su lecho de muerte le había prometido que cuando llegara al Otro Lado ella aprobaría su oposición para la que llevaba tantos años estudiando, pero antes debía acompañarlo a abrazar por última vez al apóstol Santiago. Mariña había asentido pero luego se rajó. Consideraba que llevar a su amigo a Compostela le supondría perder una jornada de estudio, así que optó por no volver a cogerle el teléfono cuando él la llamaba. Un par de meses después recibió la noticia de su muerte.
Coincidía con el solsticio de verano, fecha en la que también tenían lugar sus exámenes de oposición. No fue al funeral, ese día era la última prueba, que por cierto la pasaría con éxito. A partir de ahí se convirtió en una feliz funcionaria pero debajo de esa alegría superficial había algo que no le encajaba, nunca pudo saber qué era. Poco a poco iría perdiendo la buena salud de la que había gozado en el pasado y ya sus últimos años habían sido muy duros.
Montada en su coche adaptado, la noche del 24 de junio se dirigió al cementerio de Santiago en la montaña leonesa, escogió esa fecha pues era el aniversario de la partida de su amigo. Subió con ayuda de sus muletas hasta la parte más alta del mismo donde estaba el sarcófago pétreo de Álvaro y con los nudillos golpeó en el mismo mientras le dijo:
—Vamos, te llevo a cumplir lo que te prometí. Hoy llegaremos al Obradoiro. Conduciré despacio. Pararé en los sitios en donde solías disfrutar más y te acompañaré en barca por el embalse, abrazaré al santo para que tú también lo abraces. A la noche te traigo de nuevo a tu tumba. Ambos seremos más felices.
Aquel viaje acompañada de una sombra culminó en el punto de salida a la noche siguiente en el mismo cementerio de partida.
En la aldea próxima al cementerio de Santiago los perros habían ladrado y aullado toda la noche. El sacristán a la mañana fue como cada día a dar una vuelta por la iglesia e inmediaciones. Le extrañó ver un coche con la puerta abierta al pie del camposanto cuya puerta también permanecía abierta.
Al adentrarse en el recinto apreció un cuerpo postrado en la última calle, apuró el paso. Ya de cerca vio los ojos vidriados de una mujer y una rosa roja apretada en una de sus manos. No conoció a la muerta. Era sorprendente que la imagen de su cara se reproducía en una gota de agua sobre el mausoleo de Álvaro.
María José G. Alvite
Imagen destacada: Lucía Pérez Alonso
Qué gusto da leer estos relatos de sueños y leyendas gallegos. De fantasías, misterios y tan propios del norte de la península. Me gustan mucho. Muchas gracias, María José. 😘
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Wowww!!! Qué super relato. Me he quedado así 😱👏🏻👏🏻👏🏻
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Ohhh que relato más chulo. Me encanta cuando utilizas las leyendas gallegas.
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Y a mí también me encanta cuando escribe sobre leyendas de Galicia.
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