Un vampiro en el ático

Requiero del fuego para enfrentar el frio del lugar. Mejor aún, necesito una llama gigante para inundar en el clima ártico que se encuentra en este ático.

Tengo cuentos e historias, ficciones que ensalzo con la realidad de mis recuerdos. Es entretenimiento para un público que, no cae en cuenta de que me lastimo con cada memoria relatada. Ellos escuchan y disfrutan de mis palabras, pero no saben que, me destruye mantener vivas esas imágenes congeladas. Revivir los momentos, volver a sentir miedo al ver en mi mente, esos ojos familiares inyectados de deseos obscenos. No tienen idea de las náuseas que se apoderan de mí, cuando menciono esas manos parecidas a tentáculos me palpaban la piel. No notan que los escalofríos regresan, cuando pienso en aquella asquerosa lengua caliente y húmeda, saboreando las intimidades de mi indefenso ser.

Cuando fui principiante en esta vida, desconocedora de la perversión humana. Mi raciocinio fue traicionado y mi confianza violada. Fui infante inocente en aquel tiempo y, de antemano, me declaro inocente de lo que voy a hacer. Quien me hizo sufrir en el pasado hoy ardera en llamas.

Me pide perdón de rodillas, irónica posición. Mi consciencia tiene una batalla interior, desea concederle el indulto. Pero una gélida brisa se cuela por las escaleras hasta mi nuca, y como si de un susurro en mi oído se tratase, me recuerda la vida llena de miserias que he arrastrado desde el primer día de abuso.

Me niego a ceder ante las lagrimas de alguien que, no se supo detener, cuando se lo pedí por piedad. A un vil vampiro que bebió de mi sangre y se regocijó con mis heridas periódicas.

Que les suplique misericordia a las flamas, mientras estas consumen su envejecido cuerpo junto con su cueva del infierno. Que ya por fin se termine el frio de este ático. Que sus alaridos retumben por toda la cubierta de su casa. Que grite mientras sigue con vida y que su eco resuene para la eternidad como un fantasma. Que intente apagar con sus lagrimas la fiereza del fuego, y que tan solo consiga que se le escape el alma por la mirada, para que esta, tenga que penar para siempre sobre los escombros de este lugar.

Treinta y cinco años estuve sufriendo con saber que este animal continuaba vivo. Puedo vivir otros treinta y cinco, conservando en mi consciencia el monstruo que puedo ser, al darme con mi propia mano, la justicia que sola, nunca va llegar.

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