RESEÑA EL PRINCIPITO

El mes de junio lo dedicamos en Sinopsis Compartida a el libro El principito de Antoine de Saint-Exupéry, cuyo aniversario de su muerte se produjo el 29 de junio y, como viene siendo habitual, se realizó un hilo-reseña sobre esta obra.

La dificultad que entraña esta reseña es que es sobre una de las obras más traducidas y vendidas, además de estar entre los cien mejores libros del siglo XX; por lo que ha sido analizada cada una de sus frases hasta la saciedad y pocas cosas nuevas se pueden decir.

El principito está entre los libros más vendidos de la historia y podría serlo aún más, si no fuera porque está considerado un libro infantil en vez de una crítica a la cerrazón de los adultos pleno de reflexión y simbolismo con multitud de pasajes autobiográficos.

Pero cuando de Saint-Exupéry escribió El Principito no era ningún novato, sino un aviador experimentado que ya había adquirido varios de los mejores premios literarios.

De Saint-Exupéry pudo haberse inspirado en sí mismo cuando era joven, en el momento de crear el personaje del principito, ya que en su infancia sus amigos y familiares lo llamaban «le Roi-Soleil» —«El rey sol» en español— debido a su rizado cabello dorado.

De hecho, algunos pasajes del libro son autobiográficos. El narrador es piloto como el autor que, cuando conoce al principito, acaba de sufrir un accidente como le pasó a de Saint-Exupéry cuando se estrelló en el Sahara.

Escribió el libro cuando estuvo exiliado en Norteamérica tras la ocupación alemana en Francia. Allí estuvo algo más de dos años entre Nueva York y Québec, por lo que El Principito se publicó antes en Estados Unidos que en Francia, donde no se hizo hasta que acabó la guerra.

Las ilustraciones de El Principito fueron todas hechas por Antoine de Saint-Exupéry. También hizo un dibujo del narrador-aviador durmiendo junto a su avión, pero nunca se publicó ni se vio hasta que se expuso en el Morgan Library and Museum en 2014.

La principal característica de este libro es el simbolismo que se encuentra en él. Se suponía que la rosa representa a Consuelo, la esposa del autor. Ella, más tarde, escribió su autobiografía que tituló La historia de la Rosa.

Los Baobabs, son los árboles que destruyen los planetas con sus raíces. Estos representan al nazismo contra el que luchó Antoine de Saint-Exupéry como piloto del Ejército francés del Aire. Y todos los personajes que se va encontrando el principito en sus respectivos planetas antes de llegar a la Tierra representan los defectos humanos.

Como pasa con todas las grandes obras, El Principito tiene multitud de adaptaciones en teatro, cine y televisión. Incluso Orson Welles compró los derechos para una película que quería realizar con Walt Disney.

Además, el libro se convirtió en el más vendido del siglo XX en Francia, por lo que también tiene en Alsacia un parque temático con globos aerostáticos, planetas y personajes de El Principito.

La fama del libro ha llegado hasta más allá de las estrellas y en 1993 un meteorito fue nombrado 46610 Bésixdouze o B-612, en homenaje al planeta del principito.

Personaje y autor tuvieron destinos muy similares y ambos nos dejaron de forma silenciosa y rodeados de misterio. Antoine de Saint-Exupéry desapareció con su avión el 31 de julio de 1944 en el Mediterráneo.

Cuando yo tenía seis años vi una vez una lámina magnífica en un libro sobre el Bosque Virgen… logré trazar con un lápiz de color mi primer dibujo. Mi dibujo número 1.

Mostré mi obra maestra a las personas grandes y les pregunté si mi dibujo les asustaba.

Me contestaron: ‘¿Por qué habrá de asustar un sombrero?

Este es uno de los comienzos más conocidos de la literatura universal, sobre todo, por la ilustración del sombrero, que se ha convertido en una adivinanza para todas las edades y que demuestra, en teoría, si la perspectiva que tenemos sobre el mundo en general carece de la curiosidad e imaginación propias de los niños. No es algo que demuestre esto de manera fidedigna, pero sí nos enseña que solemos simplificar las preguntas con una respuesta convencional y no nos molestamos en buscar otras alternativas.

Las personas grandes nunca comprenden nada por sí solas, y es agotador para los niños tener que darles siempre y siempre explicaciones.

Es lo que se puede considerar una explicación de lo anterior: los adultos son un animal de costumbres que han sido moldeados por el mundo en el que han crecido; ven las cosas tal y como les han enseñado y no tienen capacidad de comprensión ante lo que les es distinto. Lo explica con un lenguaje muy simple, acompañado de ilustraciones (el libro está repleto de ellas), aunque muy genérico.

—Esta es la caja. El cordero que quieres está adentro.

Quedé verdaderamente sorprendido al ver iluminarse el rostro de mi joven juez:

—¡Es exactamente lo que quería!

En este episodio en el que el principito le pide al autor que dibuje un cordero, lo que de Saint-Exupéry quiere resaltar es la necesidad que tenemos todos de un compañero o amigo que nos apoye. El cordero representa el amigo leal al que siempre podemos recurrir, pero, a pesar de que el narrador le ha dibujado previamente varios tipos de cordero, el principito no se muestra conforme hasta que ve el dibujo de una caja. Este momento que puede parecer surrealista o exclusivo de un niño con mucha imaginación, lo que quiere decir es que los niños no eligen a sus amigos por su apariencia, sino por lo que hay en su interior.

El astrónomo hizo, entonces, una gran demostración de su descubrimiento en un Congreso Internacional de Astronomía. Pero nadie le creyó por culpa de su vestido. Las personas grandes son así.

…El astrónomo repitió su demostración… con un traje muy elegante. Y esta vez todo el mundo compartió su opinión.

Este apartado manifiesta lo contrario del momento de la ‘caja del cordero’: a los mayores no les importa la trayectoria o carrera de una persona por muy extraordinaria que sea si no porta una apariencia agradable para aquellos. Es la superficialidad de la que pecan los adultos.

… en el planeta del principito… había hierbas buenas y hierbas malas. Como resultado de buenas semillas de buenas hierbas y de malas semillas de malas hierbas. Pero las semillas son invisibles. Duermen en el secreto de la tierra…

Y si un baobab no se arranca a tiempo, ya no es posible desembarazarse de él. Invade todo el planeta. Lo perfora con sus raíces… y si los baobabs son demasiado numerosos, lo hacen estallar.

Esta fábula contada de una manera tan sencilla con un lenguaje infantil está cargada de simbolismo. El autor se refiere a la expansión del nazismo; los gobiernos nazis son las hierbas malas que, en sus inicios, eran semillas ocultas en la tierra y a las que nadie dio importancia. Una vez crecen, estos gobiernos que han germinado de las malas semillas se convierten en baobabs, enormes árboles que acaban destruyendo el planeta.

—No debí haberla escuchado… nunca hay que escuchar a las flores. Hay que mirarlas y aspirar su aroma. La mía perfumaba mi planeta, pero yo no podía gozar con ello…

… No supe comprender nada entonces. Debía haberla juzgado por sus actos y no por sus palabras…. Debía haber adivinado su ternura, detrás de sus pobres astucias ¡Las flores son tan contradictorias! Pero yo era demasiado joven para saber amarla.

La metáfora más conocida de las utilizadas por de Saint-Exupéry es la de la rosa del principito. Esta flor es la única compañía que tiene el niño en su planeta y a la que ha dejado sola, amparada bajo una cúpula de cristal mientras él está explorando otros mundos. Esta rosa es la esposa del autor, Consuelo, y con ella declara las dudas que le han surgido a lo largo de su relación.

Primero, confiesa que esa rosa era, para él, la única de su especie hasta que descubrió que había miles o millones de rosas más; tal vez, está tratando de contar las aventuras extramaritales que tuvo, aunque, más tarde, con la madurez, descubrió que esta flor era única entre millones. Al final, siempre volvía a ella, su esposa, y entona el mea culpa justificando su error por la juventud y la incapacidad de mirar más allá de la superficie.

Este, se dijo el principito mientras proseguía su viaje hacia más lejos, este sería despreciado por todos los otros, por el rey, por el vanidoso, por el bebedor, por el hombre de negocios. Sin embargo, es el único que no me parece ridículo. Quizá porque se ocupa de una cosa ajena a sí mismo.

Durante el viaje, el principito se detiene en diferentes meteoritos, todos habitados por una persona. Estas son las que se enumeran arriba y todas representan a cada uno de los defectos del ser humano: la desidia, la avaricia, la vanidad… Solo se ‘salva’ el farolero, en opinión del principito, a quien considera una persona trabajadora y digna de alabar porque se ‘ocupa de una cosa ajena a sí mismo’; una opinión objeto de interpretaciones porque, en realidad, el farolero se dedica a hacer una actividad automática inútil y sin sentido que le ocupa toda su vida. Pero esto ya depende de la perspectiva que tenga cada uno sobre la virtud del trabajo; posiblemente, a mediados del siglo XX estaba tan valorado realizar un oficio que no importaba la eficacia de este ni la calidad de vida del ser humano que lo hacía.

… repitió el principito que, en toda su vida, no había renunciado a una pregunta, una vez que la había formulado.

Esta frase, al igual que las preguntas del principito, se repite en varias ocasiones a lo largo del libro. El autor da mucha importancia al hecho de que el niño repita la misma pregunta hasta que obtiene la respuesta; es otra idea sobre lo que significa ser adulto: perder la curiosidad y el interés sobre temas que los mayores consideran secundarios.

Vistos desde lejos hacían un efecto espléndido… Primero era el turno de los faroleros de Nueva Zelanda y de Australia… entraban en el turno de la danza los faroleros de China y de Siberia. Luego… se escabullían… entonces era el turno de los faroleros de Rusia y de las Indias. Luego los de África y Europa. Luego los de América del Sur…

Este extracto, leído en su totalidad es la parte que considero más hermosa de todo el libro. Es una alegoría del movimiento de la Tierra visto desde el espacio para explicar las diferencias horarias, con la que hace una descripción visual de la iluminación artificial de las ciudades en el planeta como si se encontrara en la estratosfera, algo que, en aquella época, obviamente, solo se podía imaginar.

—A quien toco, lo vuelvo a la tierra de donde salió —dijo aún—. Pero tú eres puro y vienes de una estrella.

El principito no respondió nada.

—Me das lástima, tú, tan débil, sobre esta Tierra de granito. Puedo ayudarte si algún día extrañas demasiado tu planeta. Puedo…

—¡Oh! Te he comprendido muy bien… pero, ¿por qué hablas siempre con enigmas?

—Yo los resuelvo todos —dijo la serpiente.’

La conversación ente el principito y la serpiente es una especie de acertijo, como si de Saint-Exupéry solo quisiera que se entendiera por los que poseen madurez suficiente. Habla de la muerte y la transición a una dimensión supraterrenal. La serpiente ayudaría al principito a volver a su estrella con una mordedura suya porque para realizar ese viaje, hay que desprenderse del cuerpo físico además de ser puro de corazón. Aquí, el principito no moriría según el cuento ni el autor lo menciona, pero ha utilizado este símil para explicar un tema tan trascendental.

¿Los hombres?… El viento los lleva. No tienen raíces. Les molesta mucho no tenerlas.

…¡Qué planeta tan raro! Es seco, puntiagudo y salado. Y los hombres no tienen imaginación. Repiten lo que se les dice…

Una vez que el principito llega a la tierra, empieza a conocer todos sus elementos (flora, fauna, montañas…) hasta que llega al hombre. Es cuando reflexiona sobre los defectos y vicios de los adultos.

No soy para ti más que un zorro semejante a cien mil zorros. Pero, si me domesticas, tendremos necesidad el uno del otro… Seré para ti único en el mundo..

Después de lo material, de Saint-Exupéry habla de lo espiritual. De la necesidad que tenemos de estar con otros, de construir nuestros afectos desde los cimientos y de trabajar para cuidarlos.

Lo que embellece al desierto —dijo el principito— es que esconde un pozo en cualquier parte.

O lo que es lo mismo, la reflexión estrella de este libro: Lo esencial es invisible a los ojos. Hay que mirar más allá de la superficie, lo realmente importante y bello está siempre escondido.

Si… un niño llega hacia vosotros, si ríe… si no responde cuando se le interroga, adivinaréis quién es… Escribidme enseguida, decidme que el principito ha vuelto…

El final es bello, esperanzador, pero también melancólico. El autor nos quiere enseñar que aquellos seres a los que queremos, por muy lejos que estén, ya sea en este mundo o no, siempre estarán con nosotros.

Olga Lafuente.

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