—Sí, sí quiero, claro que quiero.
—Vaya, esa frase sería un buen comienzo para una de tus historias —dijo Carlos en un tono que superaba la ironía.
—Sí, lo sería si se tratase de una frase sacada del final de un principio, como puede ser una boda, pero aquí estamos ante el principio de un final, nuestro divorcio —le contestó Alba en un tono que dejaba en ridículo el sarcasmo-, y en mis “historias” no me gusta empezar por el final.
—¡Ah!, ¿pero alguna ha llegado al final?, pensaba que todo lo que empezabas lo dejabas sin terminar, como de costumbre.
—Como de costumbre ya estamos discutiendo, y siento decirte que, una vez más, te equivocas, ¿o es que te parece poco contundente como final la demanda de divorcio que te he presentado? -Alba miró con tanto rencor a su todavía marido que se preguntó si alguna vez lo había querido, y lo que más le dolía era saber la respuesta, nunca un monosílabo le había hecho tanto daño, sí, claro que sí lo había querido, más que a ella misma.
—Alba, ¿qué nos pasó?, ¿qué nos ha quedado después de tantos años?
—Lo único que nos ha quedado es un montón de cajas por repartir y mantener la poca dignidad que nos queda, ya nos hemos faltado suficientemente el respeto, ¿no crees?
—¿No te da pena que hayamos llegado hasta aquí?
—¿A qué te refieres?, ¿al adiós?, no, el adiós no me da pena, lo que me da pena es que no hayamos sido capaces de evitarlo, pero el adiós no, total, a olvidar todo el mundo aprende, supongo, dentro de un par de meses ya no quedarán ni las marcas de la alianza.
—¿Y las del corazón?
—No te me pongas romántico a estas alturas de la película, que ese papel no va contigo.
—Deja ya de atacarme, que en esta guerra los dos hemos perdido.
—¿Guerra?, una buena forma de definir nuestro matrimonio, pero no, ni hemos perdido ni hemos ganado, simplemente, hemos abandonado; era imposible continuar en ese campo de batalla diario sin salir más dañados de lo que ya estamos.
—¿Y si nos estamos equivocando?, ¿si no hemos luchado lo suficiente?, ¿si aún tenemos tiempo?
—¿Tiempo para qué, Carlos, para hacernos más daño, para reprocharnos más errores que ni siquiera recordamos haber cometido?, no, no estoy dispuesta a sufrir más, y tú tampoco deberías estarlo.
—Pero… —Carlos tenía clavada la mirada en los ojos de Alba, las palabras nunca habían sido su fuerte, pero ahora se le resistían como nunca antes lo habían hecho, qué decir: te quiero, te necesito, tengo miedo a estar solo…; no, las palabras no salieron, como de costumbre la gramática le hacía una mala jugada, nunca acertaba con las frases que escogía (aunque con una mujer eso siempre es difícil), para ser más precisos, siempre decía lo contrario de lo que tenía que decir (de lo que Alba quería oír). Y ahí estaba él, en mitad de la habitación, tan lejos de sus sueños como de la mirada de Alba, pero no, esta vez no se traicionaría a sí mismo, no iba a dejar que el miedo le ganase la partida, era hora de volver a empezar, de empezar cada uno por su lado.
Alba se dio cuenta de que había llegado el momento, cogió su bolso y se dirigió hacia la puerta, pero antes de salir no pudo evitar volverse para mirar a Carlos, que seguía allí, de pie, inmóvil: quién sabe —dijo Alba con un ligero temblor en la voz-, quizás tenías razón y “sí quiero” sea una buena frase, cosas más raras se han visto, ¿no?
—No nos equivoquemos Alba, quizás sea una buena frase, pero para un relato de ficción, no para nosotros.
Alba asintió con la mirada, su cabeza (no su corazón) agradeció las palabras de Carlos (jamás tan acertadas —ni dolorosas— como en ese momento) y continuó su camino de regreso (mejor dicho, de partida).

Gracias por el aporte.
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Un relato con un título excelente. Un día a día de nuestro mundo tratado de manera exquisita. El «sí quiero» desde la cara del adiós. Gracias por este divino relato querida Sonia 👏👏👏👏👏
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