La tita Lola

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Imagen jbarah15. Pixabay.

 

Era el vivo ejemplo de la frescura y la belleza;

una muchacha menuda

y pizpireta,

que hizo de la alegría de vivir,

su bandera.

 

Un pequeño frasco

que rebosaba bondad e inocencia,

y que repartía jarana, alboroto

y algún que otro quebradero de cabeza.

 

Con el mundo por montera,

se olvidó de las penas

y la pobreza.

Se colaba en casorios, bautizos,

funerales y demás fiestas.

No repetía vestido

ni le hacía ascos a ninguna bagatela.

 

Tan apasionada como era,

padeció, en exceso,

la soledad de la guerra.

Por eso, no sorprendió a nadie

que, al finalizar la contienda,

su marido la encontrara con otro,

en su propio lecho,

y bajo sábanas de seda.

 

El tito Antonio,

haciendo gala de caballerosidad y nobleza,

acertó a preguntar

qué fue lo que le pasó por la cabeza.

A lo que ella respondió

de manera muy resuelta,

que no había maldad en sus actos,

sino que era víctima de una falsa promesa:

el traicionero amante,

valiéndose de la fragilidad de ella,

le ofreció un tarro de perfume

a cambio de sus sensuales destrezas.

 

Así que mi tío, ni corto ni perezoso, corrió al estraperlo,

y le compró la mejor esencia.

Y con esto que hizo, sin él saberlo,

creó una costumbre

que perduró por décadas:

la hermana del tito Antonio,

o sea, mi abuela,

puso en práctica su peculiar guasa,

y quiso regalar lo mismo en la ocasión que tuviera.

 

Y no hubo evento,

festejo o juerga

en el que faltase el fragante regalo

para mi tía abuela.

 

Siempre que recibía uno,

demostraba que, en gratitud,

era la primera,

y mirando a mi tío,

decía con cara de sorpresa:

«Fíjate lo que me han regalado,

quién lo dijera»;

a lo que el tito Antonio,

con su deje andaluz, respondía:

«Anda, mira, estarás contenta».

 

Y así siguieron los años,

creciendo la familia

y continuando con la comedia.

Ya nadie dudaba que

la tita Lola era

la mujer con la colección de esencias,

que provocaba la envidia

de estrellas de cine y damas con solera.

 

Y en el final de sus días,

postrada por la senectud y la demencia,

atinó a decirle a mi tío

que estaba sentado a su vera:

«Fíjate lo que me han regalado,

quién lo dijera»;

a lo que su amante esposo contestó:

«Anda, mira, estarás contenta».

 

Olga Lafuente.

 

Blog de la autora: https://ellaboratoriodelaneofita.home.blog/

 

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