
El rodillo cayó en la cubeta haciendo un sonido sordo. Alguna gotas de la poca pintura que quedaba en el fondo saltó cayendo sobre el papel marrón que cubría la tarima del suelo.
Marisa miró a Javier, descendía por los escalones de la escalera tras quitar los papeles con la que estaba recubierto el aparato aire acondicionado. Se abrazó a su cintura cuando llegó donde estaba ella. Se sonrieron.
Javier le acarició el pelirrojo cabello que ella llevaba recogido en una coleta alta, dejando su ovalado rostro al descubierto. Pensó que era raro que ella llevase así el cabello, pues siempre la melena le cubría gran parte de su cara. Disfrutó de sus grandes ojos de color verde que brillaban de alegría, de la blancura de su piel, las pecas que se entreveían sobre su pequeña nariz. Y sobre todo disfrutó mirando la viva sonrisa de sus pequeños labios en forma de corazón que iluminaba todo su rostro.
Ella comenzó a deslizar un dedo por la espalda sudada de él. Desde el cuello hasta la cintura y de allí descendiendo hasta la entrepierna.
Javier notó enseguida la erección. Marisa sonrió y se desprendió de la camiseta salpicada de pintura. Javier hundió su cara entre los pequeños pechos de Marisa y con el juego de su lengua consiguió que los oscuros pezones de ella se endurecieran.
Marisa lanzó un agudo suspiro de placer.
Las manos de él descendieron por el desnudo estomago de ella. Topó con la goma del viejo chándal de color rosa, pero aquello no impidió que introdujese la mano con una suave caricia hasta tocar la tela de su ropa interior. Con suaves movimientos y caricias notó la humedad de ella.
Se separaron. Los ojos de ambos brillaban de excitación. Se miraron durante unos segundos disfrutando cada uno de la visión del otro cubiertos por la luz crepuscular de primavera que bañaba la habitación.
Volvieron a acariciarse con lentos movimientos. Sus labios entreabiertos se encontraron y las lenguas penetraron en la boca del otro con fiereza.
Javier agarró a Marisa y la tumbó en el suelo cubierto de papel manchado de gotas de pintura, quitándole los pantalones y la ropa interior, mientras iba besándola desde el cuello hasta un lunar que tenía al lado del ombligo, después buscó con ansia su boca.
Marisa consiguió arrancarle los pantalones de negro algodón, liberando su miembro erecto que agarró y masajeó con delicadeza.
Javier gimió de placer.
Javier volvió a recorrer mediante pequeños y húmedos besos, los pechos y vientre de Marisa, hasta sumergir el rostro entre las piernas de ella besando con suavidad sus labios vaginales y estimulando el clítoris con movimientos suaves de la lengua.
Marisa lanzó un gemido ronco.
Javier se apartó y buscó con ansia la boca entreabierta de ella. Fue un choque salvaje de lenguas deseosas de encontrarse, a la vez que el erecto miembro de él se introducía suavemente en el húmedo sexo de Marisa.
Los embates de él fueron incrementándose en intensidad al igual que los jadeos de placer de ambos.
Marisa atenazaba la espalda de Javier con sus piernas. Arañaba y mordía sus hombros mientras él aceleraba a punto de llegar al clímax.
Ella apretó su presa y él lanzó un agudo gemido de placer y de dolor. Los movimientos de Javier fueron más rápidos y más profundos. Ella lanzó un hondo gemido mientras arañaba la espalda de él al llegar al orgasmo. A la vez Javier lanzó un ahogado gemido mientras con una última embestida se descargaba en el interior de ella.
Continuaron en aquella posición, agotados, unos instantes. Se miraron a los ojos sonrieron y se quedaron tumbados el uno junto al otro, sintiendo como la brisa del final de aquella tarde de primavera comenzaba a secar el sudor de sus cuerpos desnudos.
Fueron minutos de intensos jadeos. De miradas suplicantes. De sudor envolviendo su piel desnuda. De caricias y besos. Momentos de musitar palabras de amor, de deseo.
Se sonreían el uno al otro. No les molestaba la dureza del suelo, ni que el papel marrón salpicado de pintura se les estuviera pegando a la espalda. Estaban allí, juntos y felices en aquella casa que tantos sacrificios les habían costado.
Continuaron tumbados en el suelo hasta que la noche dejó a oscuras la habitación. No tenían prisa. Nadie les iba a interrumpir. Aquella era su casa. No esperaban a nadie hasta el día siguiente en el que la casa se llenaría de amigos y familiares, al igual que habían estado días anteriores, para terminar de quitar los papeles que cubrían los suelos, limpiar y comenzar a colocar las cosas que se apiñaban en las cajas de cartón apiladas en el salón y en lo que se iba a convertir en un despacho con libros. En esas dos estancias ya terminadas se afinaban todas las pertenencias de sus seis años viviendo juntos de alquiler en alquiler.
Ahora ya estaban en su propia casa. Les parecía mentira pensarlo, pero allí estaban, tumbados en aquel suelo cubierto de áspero papel marrón de pintor, desnudos tras hacer el amor y sin ninguna prisa. En su propia casa. Ese era su sueño.
Volvieron a besarse y Javier que se levantó primero, ayudó a Marisa a incorporarse.
—Ahora una ducha. Pediremos algo de comer. Y después a dormir en el cómodo sillón —Javier hizo una mueca de resignación al decir lo del sillón. Pues era un viejo sillón regalo de su madre que lo habían rescatado de la casa de su abuela. Había sido un regalo de emergencia hasta que les trajeran la cama que habían acordado, pero tras dos noches de dormir en él, a ambos les dolían la espalda.
—Casi preferiría dormir en el suelo –dijo Javier mientras encendía la luz del dormitorio.
—No seas tonto Javi. Es incomodo, no lo voy a negar. Pero mejor que nada…
—La nada es mejor. Tengo la espalda destrozada –dijo mientras se estiraba.
Marisa enfilaba el pasillo hacia el baño, mientras Javier observaba las dos tonalidades con la que habían pintado la habitación. Tres de las paredes lucían de una tonalidad crema suave, mientras que la otra pared, donde iría el cabecero de la cama, estaba pintada de un tono marrón chocolate también clarito. Para Javier que no era muy entendido en colores, era como el café con leche, pero le habían dicho Marisa, la hermana de él y el de la tienda de pinturas que era tono chocolate claro, y tono chocolate claro se quedó.
Sonrió ante el trabajo que habían realizado. Ninguno de ellos eran obreros, ni pintores, pero habían realizado la reforma del piso junto con amigos y familiares y había quedado muy orgulloso del resultado de sus esfuerzos.
Antes de salir del dormitorio y apagar la luz, Javier se fijó en la pared de color chocolate. Se quedó mirándola durante unos segundos con la cabeza ladeada hacia la derecha y con expresión de extrañeza.
—¡Cariño! –gritó a Marisa que según el sonido del agua, ya estaba en la ducha.
Al ver que Marisa no le contestaba, Javier aún extrañado apagó la luz de la habitación y se acercó al baño.
El vapor de agua ya había envuelto el espacio. Javier se quedó mirando el sensual cuerpo de Marisa mientras se duchaba a través de la mampara de cristal. Notó como comenzaba a tener otra erección. Se acercó a la ducha y abriendo la mampara se metió dentro, notando como el agua caliente le mojaba el cabello y el cuerpo.
Ella sonrió al notar la erección de él y le miró con asombro. El alzó los hombros con cara de no entender. Ella le besó.
—Estás hoy travieso.
—Bueno, no te lo voy a negar. Pero en realidad he pensado que así ahorramos agua.
Ella lanzó una carcajada y le besó
—Que ahorrador te has vuelto ¿no?
—En realidad…Bueno, no. Pero te he llamado y al ver que no contestabas he pensado que te podía haber pasado algo.
—Ya… Anda tontorrón, dime para que me habías llamado.
—Un pecho –soltó Javier mientras cogía el champú.
—¿Cómo?
—Una teta, que he visto una teta.
—En realidad dos –dijo mientras se llevaba las manos a los senos-. Son las dos que tengo. Y has hecho algo más que verlas.
—En la pared. Ha sido súper curioso.
—¿En la pared? —dijo con cara de extrañeza.
—Sí. Habrá sido un juego de luces y sombras, pero ha sido curioso.
—Acabamos de hacer el amor y sigues viendo tetas. No tienes remedio —dijo con una sonrisa mientras le señalaba el miembro erecto.
—En realidad esto no tiene nada que ver con que he visto en la pared, sino por lo que estoy viendo ahora.
El la besó. Ella le devolvió el beso y la pasión volvió a prender en ellos. Volvieron a hacer el amor allí en la ducha.
Javier se despertó en mitad de la noche. Aquel sillón donde estaban durmiendo le estaba destrozando, no solo la espalda, sino todo el cuerpo.
Cuándo su madre se lo ofreció, se sintió dichoso por la cantidad de recuerdos que atesoraba con aquel mueble de brazos anchos y piel marrón. Habían sido muchas las noches que había dormido en él cuando era niño y pasaba los días en la casa de la abuela.
En él había habido risas, sustos, desvelos y profundos sueños. Incluso algún que otro amor fugaz y secreto de juventud.
Pero tras los años, muchos eran los que ya habían visto, el colchón estaba lleno de bultos. Los viejos muelles, aparte de crujir, se le iban clavando en la espalda cada vez que se movía.
Se levantó quedándose sentado en una de las muchas cajas que había en el salón. Sonrió al ver como estaba pasando aquella noche en su casa. Sentado en una caja dura, en la cual estaba tentado, junto a otras cajas apiladas, tumbarse y dormir allí.
Algo llamó la atención de Javier. Marisa se arrebujó entre las sábanas y ocupó en forma diagonal toda la cama.
Javier miró a la puerta del salón. Era imposible, pero le había parecido ver una sombra. Se levantó de la caja donde estaba sentado y miró al corto pasillo en forma de “L” de la casa. Nada.
Evidentemente había sido una ilusión creada por las luces de las farolas que entraban por las ventanas abiertas.
Volvió a la cama empujando de forma suave el cuerpo de Marisa para hacerse un hueco en el que tumbarse.
Volvió a sentir como aquellos alambres de los viejos muelles volvían a clavársele en la espalda. Casi dio por perdida la noche sino fuera por lo cansado que estaba después de aquella jornada final de pintura. Cerró los ojos mientras intentaba una posición en la que los muelles del viejo colchón no le hicieran marcas en la piel.
Abrió los ojos nuevamente para comprobar que lo que había visto anteriormente, no había sido más que una mala jugada de su imaginación.
Volvió a cerrar los ojos buscando el sueño que había perdido. Pero estaba inquieto. Aquello que había visto, aquel juego de luces que había creado aquella sombra le inquietaba.
Daba vueltas y más vueltas intentando conciliar el sueño. Quería culpar el viejo colchón deformado de su incomodidad, pero sabía que se intentaba engañar él mismo.
Aquella visión le perturbaba. Sabía que cuando se levantasen y se lo contase a Marisa, ella se reiría de su inocente temor. Javier intentó reírse también, pero no podía.
Otra vuelta más a la que le siguió otra. Un bulto del viejo colchón, un muelle suelto que se le incrustaba insistentemente en la espalda. Miradas rápidas, continuas y evasivas hacia la puerta que daba al pasillo.
La noche y la vigilia, acentuaban todos los sonidos de la noche. El lejano aullido de un perro, el ladrido aún más lejano de otro can respondiendo al anterior. El rugir de motor de los pocos coches que habitaban las sonámbulas noches de la gran ciudad. Música que escapaba por las ventanas entreabiertas de los coches con la cual las sombras de la noche danzaban con las luces callejeras. El chirriar de la puerta metálica que daba acceso al patio común de la comunidad. También se oían voces, algunas más altas que otras. Gente discutiendo, hablando o riendo. Voces serenas, voces alcohólicas Y sobre todo, pasos. Cientos de ellos se apoderaban de la noche. Se oían claramente en las vacías aceras, en el vacío patio comunal, en las vacías escaleras de los vacíos rellanos. Y después venía el silencio. Un silencio preparado para ser roto nuevamente por los sonidos que se apoderaban de la noche.
Escuchaba el tic-tac del viejo reloj de péndulo que colgaba en una pared. Volvió a abrir los ojos. Dentro de él comenzó a crecer una extraña sensación que no sabía definir. Una sensación que no era miedo, pero se le parecía bastante. Era la única forma con la que Javier podía explicar lo que sentía. Aquella sensación que no dejaba de crecer, apretaba contra sus huesos, sus músculos, su piel. Y fue cuando en su ya incontable vistazo a la puerta del salón, se encontró nuevamente con la sombra que había visto anteriormente.
Sintió como un escalofrío recorría todo su cuerpo. En un acto completamente infantil, Javier agarró la sábana y se cubrió con ella hasta los ojos los cuales cerró fuertemente. Sabía que aquello no podía ser real. Deseaba que aquello no fuese real, así que había acudido a los recursos de la infancia que le habían parecido más efectivos para alejar de sí el temor.
Se sintió ridículo cubriéndose, como si de un escudo se tratase, con la sábana fuertemente agarrada. Se imaginó a Marisa viéndole en aquella postura. Menudo marido se había buscado que se asustaba con una simple sombra.
Abrió los ojos y para su consternación, la sombra seguía allí. Su primer impulso fue volver a cubrirse con la sábana, pero la vergüenza que sentía fue mayor y reprimió aquella necesidad infantil.
Miró la sombra. Allí estaba, más negra que la oscuridad que la rodeaba. Más oscura que la noche.
Buscando una explicación lógica para aquello que estaba viendo, se fijó en la tenue luz amarillenta del alumbrado de la calle que penetraba por la ventana abierta. Quería, deseaba, que aquella luminosidad se juntara con la oscuridad y así se formase aquella sombra. Pero la luminosidad no llegaba hasta la puerta. Entre la zona iluminada y la sombra había un espacio dominado por la oscuridad.
La sombra, ante la perplejidad de Javier, comenzó a avanzar hasta perderse en la oscuridad del pequeño pasillo en forma de “L”.
La sensación que había crecido dentro de Javier, le impelía a seguir la sombra. El miedo dio paso a la curiosidad y Javier se levantó sintiendo la calidez de la tarima en la desnudez de sus pies, buscaba una explicación a aquello.
Andaba con pasos cortos, cautelosos para no hacer ruido. Pero, pensó Javier, cuánto más sigiloso intentaba ser uno, más ruido hacía. Un crujido leve de la madera que el silencio ampliaba hasta convertirlo en estruendo, el chasquido de la rodilla, la respiración agitada por aquella sensación parecida al miedo que se había apoderado de él.
Se agarró al vano de la puerta y se asomó al pasillo. La sombra avanzaba despacio por el pasillo. Javier sintió como si la temperatura hubiera descendido drásticamente, en la oscuridad del pasillo incluso le pareció ver las volutas de vaho que exhalaba al respirar. Siguió andando a oscuras por el pasillo. La negrura iba envolviendo todo como los vertidos de petróleo cubren las aguas. Comenzaba a ser densa, agobiante. Javier tenía la sensación de que si estiraba el brazo podría tocarla con la mano.
Quería usar la pared como guía para adentrase en aquella oscuridad, pero su parte racional del cerebro le indicaba que no le hacía falta, el pasillo era corto y sabía que no había nada por medio con el que pudiera lastimarse. Cruzó por enfrente de la cocina. Giró hacia la izquierda entrando en la zona de los dormitorios. Dejó tras de sí las puertas de uno de los aseos y de las otras dos habitaciones. La sombra se dirigía hacia la habitación que habían acabado de pintar aquella tarde. La misma en la que habían yacido desnudos después de hacer el amor.
El temor llegó a él como una losa que se desploma encima suya. Se quedó paralizado a la entrada de la habitación.
El papel marrón salpicado de pintura seca que cubría el suelo, flotaba como movido por ráfagas de aire, pero no había ninguna corriente de aire.
La sombra se hallaba en medio de la habitación, en el centro de aquel oleaje de papel marrón.
Javier se encontraba paralizado, sintiendo como el vello de su cuerpo se erizaba a causa del frío que reinaba en aquella estancia.
Quería huir. Salir corriendo. Gritar. Pero la sensación que había nacido en su interior le seguía impeliendo estar allí. Sentía la parálisis de su cuerpo como agujas clavándose en su piel.
La sombra se transformó en una figura ataviada de una larga túnica negra, de alta estatura, con brazos largos y extremadamente delgados. Por su espalda caía una larga melena de cabello negro y lacio.
Un resplandor, si podía llamársele así a una luz oscura y vaporosa, comenzó a manar de la pared de color chocolate consumiendo la luz que entraba por el ventanal, sustituyendo esa luz real por una completamente irreal de tonos grises.
Ante los atónitos ojos de Javier, lo que antes era una pared pintada de tono marrón chocolate, se había convertido en cuatro brazos de negra y espesa oscuridad que giraban en una infinita espiral de la cual procedía un intenso zumbido, como el que generado por las aspas de un ventilador en su girar.
Javier estaba completamente inmóvil, intentaba mover los brazos para intentar resguardarse con ellos del frío y frotarse los brazos con las manos, pero no podía.
Estaba paralizado. Embobado. Inútil total ante lo que estaba pasando. Era un espectador pasivo de aquello tan irreal e increíble. Sus pensamientos volaban hasta el salón dónde Marisa seguiría dormida tranquilamente.
Se preguntaba constantemente el porqué de aquello. Intentaba buscar una explicación. Quería pensar que aquello era un sueño vívido, pero un sueño al fin y al cabo. Pero las sensaciones físicas que experimentaba desmoronaban que fuera así.
La figura de largo y negro cabello seguía estática frente a lo que había sido una pared y ahora era una negra espiral. Los papeles seguían generando olas a su alrededor. El resplandor grisáceo, como si de bruma se tratase, se iba expandiendo por el suelo hasta llegar hasta dónde estaba Javier, a la entrada del dormitorio, paralizado.
El contacto con aquella luminiscencia fue frío, con una sensación de cosquilleo que le subió por sus dedos desnudos, recorriendo sus pies y ascendiendo por sus piernas. Era una sensación incómoda. Un cosquilleo como de hormigas trepando por la piel desnuda de sus piernas.
El zumbido en la habitación fue en aumento. Los papeles marrones, ya no flotaban como olas en aquel mar de celulosa, si no que comenzaban a dirigirse hacia la espiral negra de la pared como si está fuera una aspiradora.
El zumbido iba en aumento. Poco a poco a poco aquel sonido se convertía en un estruendo. La succión era cada vez mayor.
La lacia melena de la figura, al igual que la túnica, comenzó a flotar hacia el centro de la espiral, dejando al descubierto los hombros huesudos que se marcaban a través de la tela.
Javier pudo agarrarse al vano de la puerta. Sentía aquella succión arrastrarle hacia la espiral.
No se movía, no había dado ningún paso. Pero notaba como centímetro a centímetro sus pies se iban arrastrando por la tarima de la habitación.
Intentó gritar. Deseaba gritar. Dejar que su voz, que se ahogaba en su garganta, saliera y pudiera despertar.
«Es un sueño. Sí, es un sueño. ¡Joder! Tiene que ser un sueño». Pensaba desesperado porque fuera así.
El zumbido era un estruendo que impedía escuchar nada más. Secciones enteras de papel marrón junto a la cinta con la que se pegaban al suelo, eran arrancadas de su sitio y atraídas con violencia hacia aquel vórtice que los engullía.
La atracción era mayor. Javier noto un intenso tirón hacia la espiral. Sintió un intenso dolor recorrerle la mano y el brazo, al asir con todas sus fuerzas el vano de la puerta.
La figura seguía inmóvil en el centro de la habitación.
Papeles marrones y sus adhesivos volaban desbocados por toda la habitación. El cristal del ventanal vibraba. Las puertas de los armarios empotrados se habían abierto por la atracción. Gotas de pintura aún fresca se desprendían de las paredes y volaban hacia el centro de la espiral que aumentaba su velocidad de giro. Los alógenos del techo estallaron en cientos de pequeñas esquirlas que no llegaban a caer al suelo.
Otro tirón.
Javier se agarró con más fuerza, pero no fue suficiente. Sus pies se volvieron a deslizar por la tarima. Ya había cruzado el marco de la puerta.
La figura, aquella sombra que le había hecho ir hasta allí, seguía estática.
La garganta le ardía de mantener allí el grito que pugnaba por escapar. El grito que le despertaría. El grito que alertaría a Marisa, que la despertaría y la haría de salir de allí.
Sentía sus dedos tensos y seguramente blancos por la presión. Aquel acto reflejo de agarrarse al vano de la puerta, había sido el único movimiento que había podido realizar.
Tirón.
Arrastre.
Tirón. Gemido de impotencia y dolor.
Tenía el brazo estirado tras de él. Su cuerpo había sido arrastrado hacia el interior del dormitorio, mientras su brazo con su mano, seguían haciendo fuerzas para no soltar aquel asidero al que estaba sujeto.
Le ardían los músculos del brazo estirados de forma dolorosa. Deseaba soltarse. El dolor le gritaba que soltase el vano de la puerta. Pero temía lo que podía pasar si se soltaba aquel enganche.
¿Qué era aquella espiral? ¿Hacia dónde le llevaría? «No puede ser cierto. No puede…»
Otro tirón y notó como el músculo tenso se rompía. Un latigazo de dolor le recorrió todo el cuerpo. Sus ojos se anegaron de lágrimas producidas por el dolor, la impotencia y el miedo. Su corazón latía desbocado en el pecho.
Abrió la boca dispuesto a gritar por el intenso dolor que notaba en el brazo, pero aquel grito se convirtió en un ahogado gemido que quedó enmudecido por el zumbido que lo inundaba todo.
La cabeza le daba vueltas. Sentía un intenso frío. La mirada vidriosa debido a las lágrimas. Su brazo izquierdo que colgaba flácido con los músculos rotos junto a su pierna.
Tirón.
Libre de todo agarre, Javier notó como si le hubieran arrastrado cincuenta metros, pero no fueron más que unos pocos centímetros. Casi estaba junto a la figura en el centro de la habitación, de la cual manaba una fragancia suave y delicada.
La figura comenzó a girar la cabeza. Javier intentó dar un paso hacia atrás, pero seguía inmóvil. Intentó alzar el brazo derecho, pero lo tenía inmovilizado contra el pecho. El izquierdo le ardían todos los músculos y el dolor le impedía moverlo.
Al principio, el rostro de la figura quedo cubierto por la larga melena que flotaba hacia la espiral, solo se entreveía una palidez mortecina y se insinuaba una pronunciada curvatura de los labios.
La figura comenzó a girarse. Javier se fijo en el pronunciado escote en pico de la túnica que dejaba al descubierto un torso descarnado con los huesos del esternón y el inicio de la caja torácica al descubierto.
El zumbido cesó y con él toda succión. Los papeles, que aún quedaban cayeron pesadamente al suelo. Se hizo la calma en todo aquel caos.
La larga melena cayó suavemente sobre sus esqueléticos hombros, dejando a la vista un rostro femenino de finas facciones, piel tersa, delicada como el de una muñeca de porcelana. Tenía unos labios generosos y sensuales de un rojo carmesí intenso. Eran labios para besar y ser besados. Javier sintió un estremecimiento ante aquel pensamiento tan fuera de lugar. También pensó que aquel rostro podía resultar muy atractivo, hasta que se fijó en los ojos. Dos grandes agujeros negros vacíos. Cuencas cadavéricas de un negro insondable. Un negro que consumía toda la luz y toda la vida.
Javier intentó, nuevamente, gritar. Pero solamente abrió la boca. Intentó salir corriendo, pero fue un intento, como anteriormente, inútil.
Los sensuales labios se curvaron en una sonrisa. Una sonrisa que no reflejaba su rostro. Javier no podía apartar la mirada de aquellos oscuros agujeros de los que manaba aquella negrura más densa que la propia noche.
Después, comenzó el caos.
El zumbido tronó en la habitación, haciendo sentir a Javier un dolor agudo en los oídos. Intentó cubrírselos con las manos, pero seguían ajenas a las órdenes de su cerebro.
Los cristales del ventanal estallaron hechos trozos, los pocos papeles que continuaban pegados al suelo, fueron arrancados violentamente, al igual que las puertas de los armarios salieron de sus goznes atraídas por la fuerza de la espiral que giraba a un ritmo frenético.
La figura entreabrió la boca dejando al descubierto unos largos colmillos recubiertos de una costra amarilla.
Javier desesperado por el miedo que sentía, intentó gritar y salir de allí. No fue capaz de moverse, pero la voz, esta vez sí, salió en un profundo y agudo grito.
Javier gritó y gritó hasta que la garganta comenzó a darle pinchazos y su voz ya no era más que un ronco gruñido.
El zumbido era ensordecedor.
La figura estiró un brazo hacia Javier. Esté intentó moverse, y como anteriormente había pasado con la voz, sus músculos sí reaccionaron a la orden, pero solamente dio un paso antes de tropezarse y caer debido al impulso impetuosos que se había dado.
En el suelo comenzó a arrastrarse con la ayuda de su brazo derecho, pues el izquierdo le era imposible moverlo. Intentaba llegar hasta la puerta y salir de allí, pues algo dentro de él le indicaba que si salía de aquella habitación estaría a salvo.
Le dolían todos los músculos, pero no podía detenerse. Un escaso metro le separaba de salir de allí. Un solo metro para terminar aquella pesadilla. Un metro que parecían kilómetros.
«Un poco más. ¡Vamos, joder! Un poco más». Se animaba mentalmente entre la bruma del miedo y el agotamiento.
Unos segundos más. Unos cuantos centímetros más y ya tocaría la salida. Unos instantes…
Frío.
Un frío intenso. Helador.
Un agudo dolor que le ascendía por la pierna.
Un frío intenso que quemaba.
Ya no avanzaba.
Un tirón en la zona de la pierna que le ardía por el intenso frío.
No quería mirar atrás. Solamente quería salir de allí. Intentó seguir avanzando, pero no podía. Sentía como tiraban de él hacia el centro de la habitación. No solamente hasta el centro, hasta la espiral.
Gritó. En ese grito iba toda la frustración, el pavor, las ganas de salir de allí. En aquel sonido había depositado toda su fuerza, toda su convicción de salir de aquella habitación.
Notó otro tirón. Unos centímetros más de separación.
Intentaba gritar, pero ya no tenía voz. Le dolía la garganta.
Dedos descarnados. Huesos recubiertos de una fina pátina de piel helada se cerraban alrededor de su tobillo. Dedos que le quemaban la piel de frío.
Intentaba agarrarse a algún asidero. No había ninguno. El suelo de la habitación estaba vacío. Intentaba con desesperación arrastrarse hasta la salida. Pero aquella figura, sabía que era ella, tiraba de él hacia la espiral.
Clavó las uñas en la tarima, pero fue inútil.
—¡No! – Gritó.
Su voz quedó ahogada por el zumbido.
Un centímetro más hacia la espiral. Un centímetro más lejos de la salida.
Giró la cabeza. Solo vio la espalda de la figura encaminándose con él agarrado del tobillo hacia la negra espiral de la pared.
Intentó asirse a alguna imperfección en la colocación de las tablas, pero no las había. Seguía siendo arrastrado hacia la pared.
Ya no le quedaba voz. Un resuello escapó de sus labios. Sabía que iba a morir. O al menos ambicionaba que fuera la muerte lo que le esperaba.
Notó un tacto denso, acuoso, graso envolviéndole el pie, algo que le recordó a la sensación que le producía introducir las manos en parafina líquida. Era una sensación suave, casi como una caricia.
Volvió la cabeza. Ya no veía la figura, pero aún notaba su helador tacto alrededor del tobillo. Había sido succionada por la espiral. La espiral lo ocupaba todo. El zumbido era ya una música constante y envolvente.
Era el final. Así iba a terminar todo. Consumido por una espiral imposible de negros brazos que giraba en la pared de la casa que habían comprado Marisa y él.
Aquel era el final menos esperado que jamás hubiera imaginado. Moriría absorbido por una pared.
Dejó de intentar salir de allí. Estaba ya cansado. Se rindió, entregándose lánguidamente al final. Su cuerpo seguía hundiéndose en aquella sustancia acuosa que le iba envolviendo.
Definitivamente iba a morir. Lo sabía. Ya no le dolía nada. Su mente se había relajado. No sentía miedo. No sentía nada. Iba a morir. Dejaría allí sola a Marisa. ¿Sabría algún día lo que le había sucedido? Seguramente pensase que se había agobiado y huido. Nadie en su sano juicio pensaría que habría sido absorbido por una pared.
Unas lágrimas brotaron de sus ojos. Apenas sentía nada por debajo de la cintura. Unos segundos más. Unos instantes para que todo acabara.
Sin palabras, sin voz, musitó una plegaria. La única que se sabía, era el poso restante de los años en los que la materia de religión formaba parte de los planes educativos. En vida jamás había sido religioso. Nunca había buscado el consuelo en ningún ser divino. «Al final todos acabamos creyendo en algo» pensó sintiendo como su consciencia se iba diluyendo en la negrura del final.
Lo último que vio, o le pareció ver, fue a Marisa presenciar su final desde la puerta de la habitación.
Intentó decir algo, pero ya no sentía la boca ni la garganta. Se hundió completamente en la pared.
Marisa seguía apoyada en el vano de la puerta mientras veía como los ojos de Javier reparaban en ella. Supo que quiso decir algo, pero ya no podía. Ya no tenía cuerpo. Finalmente Javier fue consumido completamente por la espiral.
Ella entró en la habitación. El zumbido se acalló al igual que la succión que generaba la espiral. Parecía como si alguien hubiese pulsado el botón de apagado de una aspiradora.
El silencio se hizo en el dormitorio. Un par de papeles, que habían seguido sujetos por el adhesivo al suelo, cayeron pesadamente. Aparte de eso, nada más cayó al suelo pues todo había sido succionado.
Cerró las puertas del armario con delicadeza, como si fueran a romperse. Se volvió hacia la pared, dónde aún continuaba girando la espiral.Cerró las puertas del armario con delicadeza, como si fueran a romperse. Se volvió hacia la pared, dónde aún continuaba girando la espiral.
Sabía que simplemente serían unos segundos más. El resplandor grisáceo iba retrayéndose a donde pertenecía, al vórtice, al mundo que se abría tras ella.
Se quedó esperando en el centro del dormitorio con los brazos cruzados sobre el pecho para mantener algo de calor. El frío era intenso.
Una figura emergía de aquella puerta que se abría en la pared. Se fue haciendo más grande a medida que se iba acercando.
Marisa sonrió. Se frotó los brazos. No se acostumbraba a aquel frío.
La figura de vacías y negras cuencas salió de la espiral acercándose a ella mientras sus sensuales labios se curvaban en una fría sonrisa. Estiró sus lánguidos brazos hacia Marisa. Ésta estiró los suyos hasta notar el frío tacto de sus entecos dedos apenas recubiertos por una fina y blanca piel.
Permanecieron con las manos agarradas unos segundos. Marisa sonrió más abiertamente. Sintió un calor embriagador a pesar del frío tacto de la figura.
Se acercaron sin soltarse las manos. La presencia sonrió dejando a la vista sus largos colmillos recubiertos de costra amarilla.
Marisa acercó su rostro al de la figura tanto que sus labios se unieron en un largo beso. Marisa se sintió llena por primera vez en mucho tiempo. Sintió un calor recorriéndola todo el cuerpo. Se sentía bien. No quería que aquel momento acabase, pero sabía que había llegado su final.
Ambos rostros se separaron. La figura acarició el rostro de Marisa que agarró con fuerza la cadavérica mano sumergiendo su cara en ella. Se separaron. Les costaba soltarse las manos.
La figura era reclamada por la espiral. Su tiempo se estaba acabando.
Marisa la siguió hasta llegar a la pared. La figura se sumergió en ella. Se detuvo, se giró y volvió a sonreír. Era el final.
—Nos vemos pronto —dijo Marisa mientras se alejaba unos pasos de la pared.
—Sí —contestó la figura mientras se perdía en la espiral que se iba empequeñeciendo hasta desaparecer, dejando la pared otra vez de color chocolate claro.
Los primeros rayos de sol que entraban por el ventanal del balcón, pugnaban con hacerse con el control de las sombras de la habitación.
Marisa se acercó y abriendo una de las puertas salió al pequeño balcón. Sintiendo el aire frío del amanecer sonrió. Estaba llena, saciada otra vez. Sintió pesar por la separación.
Sonrió más abiertamente luciendo dos largos colmillos cubiertos por una costra amarilla.
La volvería a ver.
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OMG, un relato erótico paranormal excelente. Me ha enchinado la piel y mantenido con palpitaciones sin despegar los ojos del texto ni un segundo. Genial. El final, increíble; no sé porqué no he podido evitar pensar que la sombra era Javier transmutado😱😵. Felicidades amigo👏👏👏👏
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Muchas gracias. Siempre tan amble en tus palabras.
¿Javier? Quién sabe, quizás al otro lado…
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😉😘😘
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Tu relato es excelente, sensual y elegante además lleno de fantasía que te hace permanecer pendiente hasta el final.
Muy bueno!
Un abrazo⚘🙋🏼♀️
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